Oscar Jurado Castaño
Oscar Jurado Castaño


ÓSCAR JURADO C., HEREJE DE LA CULTURA


Octavio Hernández Jiménez



Por la década de 1960, en el mundo de las letras, a nivel nacional, se manifestaba la“Generación sin nombre” y, en Caldas, se publicaban las revistas Siglo XX y las Trece Pipas que dejaron huellas en sus caminos. Humberto de la Calle comentaba que estas publicaciones se mezclaban con existencialismo y jazz.


 De lo producido, en ese entonces, vale la pena rescatar, a los 80 años de su nacimiento (Manizales, 1944-2011), buena parte de la obra de Óscar Jurado Castaño, hombre de teatro, actor, director, dramaturgo, ensayista, poeta, grabador, fotógrafo, a los 80 años de su nacimiento.


La revista literaria Grafía Plena, de La Patria, (1988-1990), bajo la coordinación de Gloria Luz Ángel y el Consejo Editorial integrado por Octavio Arbeláez, Octavio Escobar y Octavio Hernández, recibió constantes contribuciones de Óscar Jurado para publicar en esa revista dominical. Textos como ¿Un inspector de ayer, de hoy, de siempre?, sobre la obra de teatro de Nicolás Gogol; Crítica en crisis, acerca de la llegada de Marta Traba como crítica de las artes plásticas en Colombia; Una ópera aséptica, en relación con la Ópera de Tres Centavos de Brecht; Alberto Betancurt y las guerras de Mambrú, en que revisa la obra de este artista caldense, además de un despliegue inusitado de poesía en cuyos textos Óscar Jurado anunciaba lo que martillaba en su cerebro: “Bajo el delirio de la luz, tu imagen,/ presencia ineludible,/ obstinada visión que se instala/ como una mancha de sangre en el cristal de la memoria…”.


En sus textos literarios, de las décadas de 1970, 1980 y 1990, Óscar Jurado posó como discípulo de los existencialistas franceses y acompañó, en andanzas y rituales, a la secta místico-literaria de los nadaístas colombianos, el Nadasterio, del que dijo Jotamario, uno de sus pontífices, que era “una parranda de inadaptados con pretensiones vanguardistas”. Siguió por un trayecto prolongado a esos saboteadores que iniciaron sus arremetidas contra ‘el establecimiento’, en Medellín, en 1958.


En Manizales causaron curiosidad en los jóvenes y pánico en los mayores. Aún no habían aparecido los hippies pero, ya, Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar ((X-504), de Antioquia, y Elmo Valencia y Jotamario Arbeláez, de Cali, habían tomado la decisión de echar al vuelo la revista Nadaismo 70 como instrumento de sus palabras cargadas de intrigas.


Óscar escribió crítica teatral y publicó textos de teatro como “El día de la ira” y “Collage para siete marginados”. En Medellín montó “Los papeles del infierno”, obra del actor, dramaturgo, ensayista y narrador, Enrique Buenaventura (1925-2003) quien rompió con la tradición y estableció nuevas relaciones entre las distintas facetas del teatro.


Cuando Jurado regresó a Manizales, proveniente de Medellín, entró a dirigir el grupo de teatro de los obreros de la fábrica de textiles Única de Manizales con los que preparó la obra “Ellos tienen la culpa” y se vinculó como profesor en Artes Escénicas de la Universidad de Caldas. Viajó a México a seleccionar los grupos que representarían a ese país en el Festival de Teatro de Manizales, e hizo una buena selección. En 1995, ganó el Concurso de Cuento “Alberto Londoño Álvarez”, patrocinado por la Universidad de Caldas, con su relato “El Héroe”.


 Trató de unir, entre sí, piezas de la literatura (crítica, poesía, teatro) y adhirió estas con la plástica y, sobre todo, con la fotografía. Pasó del expresionismo de sus obras gráficas a una muestra menos patética pero más creativa. Una serigrafía tenía el mismo nombre de uno de sus poemas:“Retrato de un desconocido”. Había mucho de diseño y de afiche cuando experimentaba con figuras centrales extraídas del ámbito en que se movía.


Al situarse frente a una obra de Óscar Jurado, el observador imaginaba que, como un niño travieso, (todo artista glorifica la niñez), jugaba en serio con lámparas escondidas, papel celofán, exposiciones e iluminaciones repetidas y por separado, tiempos descabellados, enfoques y desenfoques, ‘errores’ en la subexposición, sub-revelado y sobre-revelado… Era infatigable.


“Aislando los objetos de su contexto habitual, imprimiéndoles colores falsos, sintetizando el entorno en grafismos de extraordinaria expresividad y belleza o convirtiendo los temas seleccionados en composiciones de forma y color, Óscar Jurado hace de la fotografía un auténtico medio de expresión artística”, escribió Henry Cárdenas en la nota para la exposición fotográfica de Óscar Jurado, en la Fundación Arte Vivo, en septiembre de 1992.


Alguien podría argüir que la falta de experimentación en nuestros fotógrafos iba en contravía del espíritu del arte como permanente acto creador y abominación por la repetición, por perfecta que ella resultare.


Óscar Jurado, como fotógrafo, abolió la frontera entre las zonas de luz y sombra. Las fotos de Óscar fueron descubriendo el reino absoluto de la luz y sus fotos se convirtieron en la apoteosis de los colores primarios. La fuente luminosa está en los ojos del observador.


Posiblemente, nuestro artista aceptó como hipótesis de trabajo que “La luz es esencial para todas las fotografías pero raramente es el tema de ellas”, y se puso a desarrollarla, a revelarla. Escogió películas, agarró teleobjetivos, jugó con aberturas y filtros de colores, abrió diafragmas, disparó velocidades, apagó luces, trazó líneas sobre las películas antes y después de reveladas: ¡Así se puso a pintar!


La fotografía (del griego fotos, luz) ha sido tradicionalmente el arte de atrapar la luz y la sombra, en todas sus gamas, sobre un papel, de acuerdo con una técnica y una sensibilidad.


Quienes asistieron a la exposición de Óscar Jurado, en la sede de Arte Vivo (1992), tuvieron la impresión de que este artista era uno de los primeros caldenses en volver añicos los postulados clásicos expuestos por Fox Talbot, en 1846, cuando afirmó que tuvo la idea de la fotografía, en 1833, durante una travesía por Italia, mientras dedicaba largos ratos a trazar los bocetos del lago Como. Quería reproducir las imágenes de la naturaleza proyectadas sobre un papel que la lente de un aparato auxiliar le permitía ver pero no grabar. Se propuso, entonces, perpetuar esas imágenes con la ayuda de medios mecánicos.


Al principio se pensaba que la fotografía la tomaba la máquina y no el fotógrafo. “El fotógrafo era un observador imparcial; un escriba; no un poeta” (Susan Sontag). Poco después, se vio que la buena fotografía no copia sino que da la visión buscada por el manipulador de los aparatos. Cada fotografía “es una evaluación del mundo”, teniendo como soporte solo dos elementos: una técnica novedosa y una sensibilidad a toda prueba.


En nuestro medio, se habían recorrido las escuelas que, paralelas a la fotografía, se daban en la pintura: del realismo y el costumbrismo se evolucionó al impresionismo evanescente y luego a la bofetada expresionista para avanzar a los montajes y collages de imágenes producidas por aventureros del arte.


Muchos de nuestros fotógrafos se apegaron a una sensibilidad embalsamada, a la línea del menor esfuerzo, a la comercialización del producto, y la imaginación creadora se les fue quedando rezagada con respecto a sus colegas en la órbita internacional y nacional. (Recordemos la muestra que, a finales de 1991, se presentó en el Banco de la República de Manizales, sobre las escuelas fotográficas de Caldas, Medellín y Pereira).


Óscar Jurado se afirmó en su trabajo como hereje de lo establecido. En su estética conservaba su gusto por lo singular. Su capacidad de sorpresa era ilimitada. Si al principio exploró las posibilidades de la fotografía, dejó de ser un simple innovador para afianzarse como auténtico artista de la luz.


Sus obras perdieron las formas reconocibles. Desde su punto de vista, impuso nuevas normas a lo bello. “Lo bello pasó a ser simplemente lo que el ojo no ve o no puede ver: la visión fracturada, desconcertante, que sólo ofrece una cámara” (SS).


Un día repitió con Gonzalo Arango: “Cuando uno solo tiene sus dos pies y su corazón, el destino es el mundo”, empacó su arsenal de fotografías y se fue a conocer y exponerlas en Holanda, Bélgica, Estados Unidos y Cuba, viajes de los que regresó satisfecho y sin las obras que había empacado para la ida. Contó con amistades que le hicieron grata la estadía en este mundo.


 Amistades de proyectos teatrales, de artes gráficas, fotografía, cine, programas radiales, tabernas como Kien, reino inolvidable de la tertulia y la buena música. ¿Qué es buena música? Óscar Jurado decía que la música se divide en dos: la que nos gusta y la que no nos gusta. La que nos gusta es la buena. En noches de parranda repetía: Todo es caro menos lo que nos gusta. Y a disfrutar se dijo.