PARO NACIONAL CAFETERO 2013


Octavio Hernández Jiménez *

 

El lunes 25 de febrero de 2013, estalló el PARO NACIONAL CAFETERO, convocado por el Movimiento de Defensa y Dignidad Cafetera, bajo la coordinación general de Óscar Gutiérrez Reyes con la colaboración de activos dirigentes, en cada departamento y, a pesar de los distractores, trucos, sofismas y estrategias gubernamentales para atajarlo.


Tuvo como epicentros, no ya ciudades, sino sitios en  carreteras centrales de los siguientes departamentos productores del grano: Huila, Tolima, Nariño, Cauca, Valle, Quindío, Risaralda, Caldas, Antioquia y Santander. Sumando, pudieron haberse reunido entre cuarenta y cincuenta mil personas a pesar de que los enemigos del movimiento auguraban, si mucho, diez mil. Los asistentes tenían, detrás, un número mayor de personas que dependían de ellos pero que no podían acompañarlos porque esto no era un paseo.


El lunes 4 de febrero,  El Tiempo de Bogotá se atrevió a desinformar con el dato según el cual “los cultivadores que siguen protestando – son cerca de 80.000, de los 500.000 cafeteros de todo el país” (p.2), dando a entender que los que estaban en las carreteras de la zona andina no representaban nada ni a nadie. Nunca explicaron que, mientras los maridos e hijos mayores luchaban a brazo partido en las carreteras por la solución a las necesidades derivadas de la situación cafetera, las esposas e hijos menores permanecían en las casas cuidando los haberes. A partir del segundo lunes de paro, esposas e hijas se fueron a los sitios de paro a responder con su presencia el desdén de los medios de comunicación capitalinos. Allí, los manifestantes estuvieron al sol, al agua y sin las comodidades de que disfrutaba la contraparte del movimiento en sus muelles oficinas del norte de Bogotá.


En los días previos, el Presidente Santos quiso endulzar la vista y  el oído de los caficultores haciendo su ingreso al parque central de Chinchiná manejando un Willys y vanagloriándose de que su gobierno había entregado a la caficultura colombiana, entre 2010 y 2013, la cantidad de 800 mil millones de pesos (dólar a 1.790 pesos), anunció la ampliación por cuatro años del pago de las deudas al Banco Agrario, además de organizar una Comisión de Ajuste del Sector Cafetero que, en el segundo semestre, debería citar a “una constituyente” para reformar los estatutos de la Federación de Cafeteros.


Los productores respondieron que era indispensable la reforma estatutaria pero que, en este caso, necesitaban soluciones inmediatas para mejorar el precio del café que había caído a menos de 400 mil pesos la carga mientras la producción de esa carga costaba  600 mil. Urgía que el alto gobierno detuviera la revaluación del peso ante la devaluación del dólar.


Las familias de los cafeteros estaban aguantando hambre y en ese 2013 se habían matriculado 12 mil estudiantes menos en las escuelas y colegios del Departamento de Caldas. ¿Cuántos desertaron en todo el país o en la zona andina dedicada al café? Se requería que  el gobierno rebajara el precio de abonos y pesticidas y que detuviera la importación de café del exterior para el consumo interno pues eso estaba perjudicando el precio del producto. A lo anterior se sumaba la lucha contra la expansión minera pues el gobierno central estaba entregando el 80 por ciento de las tierras cafeteras a compañías explotadoras de minerales.


Nunca la caficultura estuvo tan mal en los últimos treinta y seis años. En febrero de 1963 tuvo lugar un paro de cafeteros que buscaba la merma en laretención cafetera. El 4 de marzo de ese año, el Gobierno con la Federación llegaron al acuerdo de rebajar la cantidad de dinero que el gobierno retenía del valor de la arroba, en el exterior; del 15 al 5 por ciento; es curioso que en 1963, por una carga de café, en el exterior,  pagaban el equivalente a  565.400 pesos mientras que, en 2013, la carga valía miserables 432.000 pesos. Cincuenta años de devaluación del precio de la misma mercancía.   El problema no daba espera.


Los caficultores del centro-sur, alto occidente y norte de Caldas se reunieron en el Corregimiento de Irra (Quinchía-Risaralda); los risaraldenses de Belén, Mistrató y Guática y los habitantes del Bajo Occidente de Caldas se citaron en Remolinos, carretera central, junto a la entrada a Belén de Umbría; los habitantes de La Celia, Balboa, Santuario y Apía taponaron la carretera al Chocó, en el sitio de La Marina;  en Irra (Rda.); los antioqueños se vieron en La Pintada, Bolombolo y otros sitios y los caficultores del oriente de Caldas y norte del Tolima, en El Fresno.


Mi hermano Tito Fabio asistió a la convocatoria en Remolinos. Calculaba que cinco mil cafeteros llegaron, desde primeras horas de la mañana, en chivas y jeeps. Primero, apareció un helicóptero de las fuerzas del gobierno que hacía amagos para caer sobre la multitud en la carretera, pasaba casi rosando y luego se elevaba para descender de nuevo. Los campesinos se repartieron por los potreros vecinos. Entonces, aparecieron en camiones los temibles miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad),  grupo armado, de aspecto amenazante con su vestuario negro al estilo de la película de carácter fabuloso Armagedón, lanzando gases de colores. Tal vez las bombas más efectivas y temibles eran las amarillas. Como tituló El Tiempo (26 de febrero de 2013, p.2), de esta y otras confrontaciones que tuvieron lugar el mismo día, quedaron “59 heridos en Eje Cafetero, Huila y Antioquia”. Tendido, en un potrero, herido y un pie destrozado, quedó el amigo Asdrúbal García, líder campesino de la vereda Arrayanes, de San José. En El Tiempo publicaron su fotografía cuando era atendido por un paisano. Fuera de Asdrúbal hubo otros dos heridos más de San José.


En La Marina se vivió el paro con ánimo festivo. Habitantes de Apía, Santuario y  demás municipios del occidente del Risaralda, bajaban por las mañanas, acompañaban durante todo el día a los que no se desplazaban, jugaban dominó, parqués, ajedrez, se bañaban en la piscina pública de aquel balneario, visitaban los negocios como el de Gersaín Restrepo, ayudaban a preparar delicioso sancocho, hacían aseo, redactaban consignas, elaboraban carteles, vigilaban y, por qué no decirlo, muchos jornaleros llegados de fincas y La Virginia exigían la dosis personal de marihuana. No se puede desconocer que en las fincas cafeteras, en época de recolección, sobra la bareta. Dentro de contados años no tendrá ningún misterio contar infidencias como esta.


Es corriente que muchos individuos cuando ascienden, en la escala social o en la nómina burocrática de una empresa, olviden las etapas anteriores por las que pasaron. Amnesia senil anticipada. El Presidente Santos, el Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas y el Ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, provenían del riñón de los cafeteros pero al integrar el cogollo de ese gobierno, olvidaron sus reclamos anteriores. ¿Traición a la causa? Para que el panorama se hiciera más gris, el Ministro de Agricultura  anunció que “El gobierno solo dialogará con la Federación de Cafeteros” (Ibid.). La puerta del poder en las narices del pueblo comprometido con el paro.  En el Ministerio de Agricultura se reunieron 28 dirigentes cafeteros, con otros cuatro ministros y los obsecuentes servidores de la Federación. Anunciaron que adelantaban el Congreso Cafetero, de fin de año, para el 4 de marzo. Mejor dicho, las circunstancias no daban espera. Se les podía crecer el enano y causarles tremendo susto.


El Paro Cafetero iniciado el 25 de febrero de 2013 acaparó la atención de todo el país por una razón no tan sencilla de resolver: “¿Quién más está tan quebrado como la familia de don Mario de Jesús? Las familias de los jornaleros que le ayudaron en la limpia, en la siembra, con el abono, con la fumigación; está quebrada la familia del arriero que saca el café desde la finca hasta donde pasa el jeep; está quebrada la familia del conductor del jeep; están quebradas las familias de los semilleros que producen los colinos, están quebradas las familias de los carniceros; las familias de los dueños de las cafeterías, los almacenes de ropa, los billares; está quebrado hasta el cura porque no hay quién de limosna” (Cristian Valencia, 26 de febrero de 2013, p.16). Las exigencias de los caficultores, a excepción de una o dos, eran las mismas por las que esos campesinos hicieron el paro de julio de 1999. Más de catorce años atascados como esos willys en alguna de las pésimas carreteras veredales de la zona cafetera.


Casi desde el mismo nacimiento de la Federación (1927), el diálogo con el Gobierno Nacional se hizo difícil hasta el punto que los últimos gerentes optaron por convertirse en los sacamicas del gobierno de turno. Más aún, el Gobierno no ha entendido nunca que existen otros cafeteros fuera de los de la Federación pero que pertenecen a comités municipales y departamentales que tienen lecturas distintas de la realidad cafetera. Según los cálculos iniciales, los organizadores y seguidores del paro se transarían, en cuanto a precio de una carga de café, por 850.000 pesos (un dólar costaba 1790 pesos). Solo así se cubrirían los costos, de acuerdo a los precios de 2013, y dejaría una pequeña ganancia. En la misma tónica estaba Juan Bautista Cerón, de San José, cuando afirmó: “Este paro es indefinido; hasta las últimas consecuencias. Si hubo tanta plata para atender a tantas entidades que se vendieron, deben tener para los cafeteros” (La Patria, 28 de febrero de 2013, p.10a).


No solo el Gobierno guardaba silencio sobre precios. En los días del paro, ni el Presidente, ni el ministro de Agricultura, ni el Gerente de la Federación pronunciaron una palabra sobre la situación de los cafeteros que por deudas ya tenían el cobro jurídico sobre su cabeza como una cruel guillotina ni sobre el control de precios de insumos. Óscar Gutiérrez explicaba de este modo: “La ecuación es sencilla: en 2002, con un bulto de café comprábamos dos de fertilizantes y en 2013 son necesarios dos bultos de café para comprar uno de fertilizante”


En agosto de 2012 se llevó a cabo la gigantesca concentración de 30.000 caficultores en Manizales más otras reuniones importantes de productores y el gobierno central no dijo nada. En noviembre de ese año, los cafeteros publicaron una página anunciando la inminencia del paro nacional y tampoco se dio por aludido. El señor Gobierno y la señora Federación estaban seguros de que el Paro Cafetero languidecería el primer día y, para el segundo, nadie recordaría esa jornada. Pues se equivocaron. El Presidente Santos no mencionó una palabra sobre el paro ni el martes ni el miércoles. Después de una perorata en que citó cifras que dejaron insensibles a los parados, guardó silencio y se movilizó a otros sitios de la patria lejos del mundanal ruido de los cafeteros. Tal vez no quería quemarse más aceleradamente de lo que le estaba ocurriendo en la realidad. En un mes bajo diez puntos la aceptación de las gestiones de ese gobierno, en todo el país. El Ministro de Agricultora y el Gerente de la Federación, como voceros del gobierno, con gestos bravucones, anunciaron que el Gobierno no negociaría hasta cuando no se hubiera levantado el paro. Ya lo veremos.


En los finales días de febrero crecía como espuma el movimiento campesino. Se sumaron otros puntos de Nariño, Caquetá, Vaupés y Boyacá. En otros departamentos aumentaron las bases de los parados. Estos se levantaron como los más contestatarios: En el Cauca, Piendamó, Pescador, Popayán, La Argentina, La Bocana, Corregimiento de Tunía, y Corregimiento de Galíndez. En Huila: Pitalito, Suaza, Altamira, Gigante, Garzón, Vereda de Matanzas, La Plata, Neiva y Palermo. En Tolima: Cajamarca, Ibagué, Líbano, Armero, Fresno y Herveo. En Quindío: Armenia y Calarcá. En Risaralda: Belén de Umbría, Santuario y Corregimiento de Irra (Quinchía).


Para no tener que bajar hasta Remolinos, los de la Cuchilla de Belalcázar, en el Bajo Occidente de Caldas, taponaron la carretera que serpentea por la colina, en El Crucero y Risaralda. Además, porque los camiones y buses que iban de Medellín a Cali y viceversa, ante los taponamientos en Irra y Remolinos llegaban de Medellín a Supía, subían por Riosucio y Anserma y se metían por Risaralda y San José a caer a Asia y seguir hacia el Valle. Clausuraron esa travesía semi-escondida y los viajeros tuvieron que padecer el viacrucis de un paro con el que no contaban. Entre los departamentos de Cauca y Nariño, 800 turistas argentinos, chilenos y peruanos quedaron varados en la carretera sin dinero para compara alimentos, sin forma de continuar el viaje de regreso o entrada a Colombia y con urgencias de llegar puntuales a sus trabajos. En distintos lugares de Huila, Tolima y Cauca hubo incendios de tractomulas, pedreas, enfrentamientos y el número de heridos, en la semana, subió a cien. 500 estudiantes de la Universidad Tecnológica de Pereira realizaron una marcha por las calles de esa ciudad como señal de apoyo a los campesinos en paro.


Los caficultores, en los sitios de encuentro, se dedicaban a gritar arengas, obstruir las vías centrales con piedras y árboles cortados a lado y lado, contener las arremetidas reales o posibles de la fuerza pública, hacer sancocho y bebidas domésticas para los participantes, con panela, café, plátanos, yucas, aceite, pastas, huevos, arroz, chocolate y otros víveres que cada uno había llevado desde sus fincas como muestras de solidaridad, (fuera de un cerdo de 250 kilos); echar trovas sobre el movimiento campesino y contra el gobierno o contar pasajes de sus vidas. Alfonso Suárez, campesino de Quinchía a quien le preguntaron si estaba perdiendo esos días de trabajo, respondió: “Igual, no pierdo el día de trabajo porque la producción está frenada. Esta es mi única salvación. Cuenta que él y su familia tienen que sobrevivir  con un millón cuatrocientos mil pesos que recogió entre enero y febrero con las cuatro cargas de café que pudo producir y que vendió a la Cooperativa de Caficultores de Quinchía por 350.000 pesos cada una. Para sostener su finca, que no alcanza las dos hectáreas de café, debe fertilizar la tierra cada tres meses y abonar cada cuatro. Cuando se cumple la fecha, Suárez compra cuatro kilos de fertilizante que le cuestan entre 7 mil y 12 mil pesos cada uno. Los tres bultos de abono que pone cada cuatro meses,  le cuestan 80 mil pesos cada uno. Al año me toca comprar unos 10 bultos de abono, o sea, 800 mil pesos. Ni vendiendo dos cargas de café alcanzo a comprar el abono, dice. Y, ¿el subsidio por carga de café que está dando el gobierno? Suárez no lo recibe aunque tampoco sabe muy bien por qué. Ante esta situación, este hombre,  quien desde los 12 años recogía café, trabaja tres días en fincas cercanas, en lo que resulte, para ayudarse. Suárez opina que el presidente Juan Manuel Santos y el presidente de la Federación Nacional de Cafeteros, Luis Genaro Muñoz, pueden ayudarlos. Por eso insiste en mantenerse en la protesta” (El Tiempo, 27 de febrero de 2023, p.4). En síntesis, María Amparo González, la administradora de la cafetería que funciona en el parador de Asia, en la entrada a Viterbo, se hizo presente en Remolinos porque “la crisis cafetera afecta no solo a ese sector sino también al comercio y a la comunidad en general” (La Patria, 28 de febrero de 2013, p.10a).


Las mujeres, en situaciones como esta, repetían la historia de las juanas que andaban con los ejércitos libertadores y de las guerras civiles. Se encargaban de hacer la comida y prestar ayuda en caso de enfermos o accidentados fuera de otros menesteres. A las 6 y media de la tarde del 28 de febrero, había 100 manifestantes en El Crucero, entre San José y Belalcázar (Caldas), dispuestos a pasar la fría noche con tal de que  los vehículos grandes y pesados que iban o venían de Antioquia con destino al Valle no aprovecharan el descuido nocturno. La gente habitaba en las cabeceras de los dos municipios y en sus veredas. En la concentración prohibieron el licor pero la música sí era estruendosa.


Iban y venían en jeeps y motos. Afirmaban: “Si no se cuadra nada, no vamos a cultivar café sino cultivos ilícitos”. Los que protestaban en Remolinos se hicieron más explícitos cuando a modo de grito herido, escribieron en una pancarta: “Si no apoyan el café tocará sembrar coca” (Ibid.).


El martes 5 de marzo, los cafeteros  levantaron la base de paro que habían organizado, hacía ocho días, en El Crucero. El primer motivo fue el de que, de acuerdo con un dicho colombiano utilizado con mucha frecuencia, había mucho cacique y pocos indios. Todos los que algún día habían soñado con mandar y rodearse de su propio rebaño vieron en el episodio del paro una ocasión para alzarse con el poder popular sobre otros que lo venían ejerciendo, por política o economía, desde hace tiempo. El viernes anterior, víspera de mercado, unos huelguistas dejaron pasar el vehículo con la carne que llegaba, desde el matadero regional ubicado en Belén de Umbría, para un carnicero que a la vez era cacique pero no dejaron pasar la carne de otros carniceros porque no tenían el poder político de aquel al que le abrieron paso. Eso produjo malestar en los que no tenían que ver con uno o con otros. A esto se añadió que donde hay plata de por medio hay discordias. Los colegas de un grupúsculo trataban de manipular las colaboraciones en especie o dinero, mientras que los demás se quedaban viendo pal páramo; o repartían a unos y a los otros los dejaban con hambre. Los dueños de jeeps se enojaron con los mototaxistas pues estos transportaban a un usuario por dos mil pesos (un poco más de un dólar),  mientras que los conductores de los willys cobraban cinco mil (dos dólares y medio). Los pocos que ayudaban con las vituallas se disgustaron, por lo que decidieron seguir colaborando con el paro cafetero pero en la base de Remolinos. Así se desmanteló el enclave de El Crucero.


Apenas desocuparon ese enclave, los indígenas de ascendencia embera-chamí que habitan en el resguardo de La Albania propusieron que les ayudaran para ellos ubicarse masivamente en El Crucero. Seguramente su comportamiento sería una lección de comunidad, de trabajo mancomunado, de orden y acuerdos. Lo contrario de lo que practicaban los que se decían civilizados.


El obispo de Garzón (Huila) reclamó al gobierno nacional por estar estigmatizando la protesta cafetera pues lo que se exigía era justo. El día 1 de marzo, quince sacerdotes católicos concelebraron la misa ante los que adelantaban el paro en Remolinos. En este paro cafetero logramos hacernos a una semblanza muy aproximada a la realidad cotidiana de las capitales de los tres departamentos que integraron el Viejo Caldas. El 1 de marzo, a las 8 de la mañana, por la Cadena Radial Caracol, se enlazaron las tres emisoras de esa empresa que emiten desde Armenia, Pereira y Manizales con noticias habituales. Mientras la locutora de la capital del Quindío anunció, a los cuatro vientos, que había un problema con la Oficina de Medio Ambiente por la concesión de un permiso para instalar unas torres de energía eléctrica que dañarían el Paisaje Cultural Cafetero y las redes pasarían por los predios de un renombrado parque, desde Pereira comunicaban que las compras de café de Pereira, Marsella, Santuario y Belén habían abierto en los días del paro, no para comprar café sino para recibir los productos alimenticios con los que la ciudadanía se quería solidarizar con los del paro, en Remolinos y La Marina. En cambio, en Manizales, la locutora transmitió la entrevista con varios sacerdotes sobre la forma como debería ser el nuevo Papa de Roma ante la renuncia de Benedicto XVI al cargo de Soberano Pontífice que se produjo ese 28 de febrero. Genio y figura. El párroco de San José Caldas, Padre Carlos Arturo Rivera, como otros curas, utilizó la cátedra y los parlantes del templo para despertar el entusiasmo por el paro cafetero, entre sus feligreses. El obispo de Pereira explicó por radio que los sacerdotes  visitaban con frecuencia a los huelguistas y habían celebrado eucaristías con ellos en los sitios de concentración pertenecientes a esa diócesis porque eran pastores de esas feligresías y que en esos lugares se habían dado cita únicamente las personas que habitaban esas parroquias. Se atrevió a comentar que eso de que el paro estaba infiltrado de gente ilegal como proclamaba el gobierno era un sofisma de distracción para asustar la gente. Una radioescucha, con cruel sarcasmo, le respondió al obispo que él y sus sacerdotes estaban aprovechando que no había Papa para hacer ochas y panochas, pues en el Vaticano, desde el jueves anterior, con motivo de la renuncia de Benedicto XVI se había iniciado el período de Sede Vacante. La que estaba vacante era la cabeza de la radioescucha.


Ese mismo día dieron a conocer el dato de que el desempleo en Colombia había pasado de enero de 2012 a febrero de 2013, del 12,5 a 12,1 por ciento. No había mucho de qué ufanarse, a un año de concluir el gobierno que había anunciado que uno de sus metas era “bajar la tasa de desempleo a un solo dígito”. Le estaba cogiendo la tarde.


Desde el 28 de febrero, empezó a sentirse el desabastecimiento de combustibles y alimentos, sobre todo en Cauca, Nariño, Caquetá, Putumayo y Chocó pues no había paso por La Marina, en Santuario (Rda.). La Gobernación de Putumayo comunicó que “las estaciones de Mocoa y Puerto Asís no estaban prestando servicio y el gas domiciliario es escaso y caro”. Quemaron otros tractomulas.


El Gobierno nacional invitó a uno de los sindicatos de camioneros que estaban a punto de solidarizarse con el movimiento cafetero a que negociaran y, en forma extra rápida, el colectivo aceptó alegremente varias soluciones, omitiendo otras. De la reunión, salieron abrazados haciendo la señal de la victoria. Sin embargo, los camioneros que habían sido detenidos en la carretera central, de los departamentos de Cauca y Nariño se solidarizaron con los caficultores y se lanzaron a un paro propio de esa agremiación. En la Radio W preguntaron a un dirigente por qué habían pasado al gobierno un pliego de peticiones y respondió que de un tractomula podían estar comiendo más de siete familias y explicó por qué. Cuando la periodista, con mucha cizaña, le preguntó si era cierto que había mafiosos que tenían muchos camiones y tractomulas, el dirigente le respondió: La mayoría de los que trabajamos en esto no somos mafiosos pero sí los hay. Mi pregunta es: ¿Qué está haciendo el Gobierno para sanear esos brotes de ilegalidad que él tiene comprobado que los hay? Nada.


Por las mismas fechas avanzaba, en Santander, con una contundencia semejante a la de los cafeteros, el Paro Cacaotero. Los sublevados eran 5.000 de las 25.000 familias que cultivaban el 60 por ciento de la producción nacional. Los municipios que protestaron con más vigor fueron: San Vicente de Chucurí, El Carmen, El Peñón, Bolívar, Landázuri, Cimitarra, Rionegro y El Playón. También estaban decididos a hacerse sentir por tiempo indefinido, hasta “tener soluciones definitivas a la crisis” que, se había agrandado por los mismos motivos que la crisis cafetera: Precio mínimo de sustentación, control de las importaciones, refinanciación de deuda, control de los precios de insumos y no desarrollo de minería en zonas productoras. Gonzalo Tavera, líder del movimiento, comentaba: “El contrabando y las importaciones procedentes de Ecuador, Perú y Asia nos llevaron a la peor crisis que hemos tenido en Colombia. Reclamamos del Gobierno más ayuda para subsistir con nuestras familias. El precio de la tonelada de cacao pasó de 5,7 millones de pesos a 3,4 millones y el valor del kilo bajó dramáticamente de 5.700 a 3.100 pesos”. Los Tratados de Libre Comercio (TLC), con varios países, impulsados por el Gobierno Santos, tuvieron mucho que ver para que panorama fuera tan parecido y tan negro. Los inconformes también afloraron por las mismas fechas, en los campos del ganado, el aspecto salud y el educativo.


El Presidente y sus Ministros, se comportaron, desde antes del paro, como  tristes y desagradecidos majaderos. No pararon bolas a las periódicas manifestaciones de inconformes, ni a la página de El Tiempo en que se alertaba del animal que iba piernas arriba, pagada por los caficultores, ni a la aplicación que traían los datos que ellos mismos manejaban sobre revaluación y devaluación en lo que respecta a la deteriorada situación de la industria con la más amplia difusión social del país, (500.000 personas que iban en esa barca que se hundía) por lo que, se suponía, la cúpula del gobierno iba a cuidar como la mina más preciada de los anhelados votos para la reelección presidencial que era el único objetivo claro que tenía ese gobierno.


Los heliotropos de la Federación Nacional de Cafeteros se comportaron como lo habían hecho, antes, los demás, como un apéndice obsecuente del gobierno de turno pero, en  esta ocasión, el gerente venía dotado del grado más lamentable de cinismo. A la advertencia que había hecho, un día, de que si no crecía la producción cafetera el próximo año se mandaría cortar la barba, ahora apareció con la frase célebre de “Si yo salgo, ni el precio sube, ni el peso se devalúa”.Antes creíamos que, en un caso como este, se renunciaba por dignidad antes de que, por defenderla, lo sacaran a empellones. Cuando le preguntaron si había invitado a dialogar al director del paro, Óscar Gutiérrez, respondió: “Gutiérrez no es vocero cafetero” (2 de marzo de 2013, p.4). Entonces, ¿con quién era el diálogo? Como si en una universidad para sofocar un paro de estudiantes el rector invitara a dialogar a los que no se habían lanzado a la huelga. Como que ninguno de los de arriba entendía que había cafeteros distintos a la Federación. Como si no hubieran escuchado algo del Movimiento de Dignidad Cafetera que fue el que convocó al paro.  De ministro de Agricultura no estábamos mejor. “¿Dónde está? El ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, brilla por su ausencia. ¿Estará contento el Presidente al verlo clavar la cabeza en la tierra como un avestruz, en momentos en que, aparte del paro cafetero, asoman otros de cacaoteros y paneleros?” (Mauricio Vargas, 4 de marzo de 2013, p.23).


En la frontera de Colombia con Venezuela, los comerciantes estaban en crisis económica debido a la devaluación del bolívar pero el gobierno colombiano no se había pronunciado; el comercio en Cúcuta estaba cerrado; hacía un mes había estallado la huelga en la explotación carbonífera del Cerrejón; la Universidad Nacional, sede Bogotá llevaba veinte días en paro con los consecuentes perjuicios. Un gobierno plagado de incapaces no solo de ideas redentoras sino de elementales formas de comunicación.


El lunes 4 de marzo de 2013, se desbarataron los arreglos que a las volandas había empezado a fraguar el Gobierno con un grupo de camioneros pero, el paro violento de otros transportadores  complicó la situación en todo el país, sobre todo en Nariño, Cauca, Huila, Caquetá y Vaupés. A los que no cedieron se les unieron la Asociación de Transportadores de Carga (ATC), la Asociación Colombiana de Camioneros (ACC) y la Confederación Colombiana de Transportadores en torno a estas exigencias: rebaja de 2.000 pesos al galón de ACPM, (el dólar estaba a 1.800 pesos), pues si en 2010 pagaban 6.196 pesos por el galón, en 2013, pagaban 8.472 pesos. Además, pedían suspender el cobro de peajes, suspender las importaciones de camiones y eliminar la póliza de chatarrización. Los cerebros pensantes del gobierno habían tomado la brillante decisión de subir 157 pesos el galón de ACPM, tres días antes del paro. ¿Cómo es que se ponen a jugar con candela? Los dos bandos se estaban midiendo el aceite.


A muchos vehículos les quitaron las llantas para evitar que las grúas del gobierno las sacaran de los  lugares de concentración. El gobierno respondió a la topa tolondra: Estamos preparados con un plan de contingencia. No se veía ningún plan. Todo eran empinadas faldas.


Cundió el pánico en el alto Gobierno. Vislumbrando la catástrofe social que se avecinaba, la ministra de Transporte citó a los representantes de los sindicatos de camioneros a la mesa de negociaciones y, en una noche, arreglaron las cargas. El Gobierno rebajó el costo del galón de ACPM como lo demandaban los parados, se eliminaron varios peajes, se les prometió suspender la importación de camiones y se cambiaron varias cláusulas sobre chatarrización. Como mande su mercé. Esto encendió las protestas en la dirigencia de gremios de importadores y comercializadores de vehículos. Además atentaban contra los tratados de libre comercio recientemente firmados. Por hacer bonito, hizo feo.


En Caquetá, los dueños de lecherías regalaron, en las zonas más deprimidas de Florencia y otros pueblos,  150.000 litros de leche porque no había forma de sacarlos con las vías taponadas. Los departamentos afectados carecían de combustible para  vehículos y otras maquinarias y de esas tierras no  podían llevar los productos agrícolas a las plazas de mercado de capitales, pueblos y fondas, ni habían podido ingresar los camiones con los alimentos concentrados para las aves de corral, el ganado vacuno y los peces de los numerosos estanques por las regiones del Huila y el Cauca. Como en el poema de Carranza: “… Todos muertos”.


El segundo lunes de paro, subieron los precios de las carnes, la  papa, la piña, la alverja, la cebolla, el tomate, la panela y demás productos del campo que hacían parte de la canasta familiar de los colombianos. No se conseguía un aguacate o un manojo de cilantro ni para un remedio. Transportaban el plátano y la yuca en camiones, luego, por potreros al hombro de coteros hasta el otro lado del paro en donde subían los productos a otros vehículos para llegar a las plazas de mercado. El precio de un plátano se volvió prohibitivo: de doscientos pesos a mil pesos.  En apariencia, la única zona del país que estaba fuera del conflicto era la costa atlántica pero lo que tradicionalmente enviaban a otras regiones no lo podían mandar ni recibir lo que iba del interior.  Ni las mercancías importadas pues el paro camionero le hacía la segunda al paro cafetero.


En Huila aumentaron los taponamientos en cruces de otras carreteras que permanecían despejadas, quemaron otro tracto-mula y no daban vía ni a las ambulancias de los hospitales. Las terminales de transporte de las capitales de esos departamentos permanecían atiborradas de pasajeros con la maleta a un lado pero sin esperanzas de viajar. En las noticias comentaban que lograron evacuar, desde el aeropuerto de Cali, un mil extranjeros que estaban desperdigados por toda esa zona, procedentes no solo de los países del sur sino también europeos que habían tratado de salir o entrar a Colombia. De Manizales no se podía viajar a Bogotá y Medellín. En  Fresno (Tolima) quemaron otro tracto-mula. “El lunes en la noche, miembros del grupo antimotines de la Policía ingresaron al coliseo de Fresno (T.), con la intención de desalojar a los cafeteros de allí. Se dio un enfrentamiento en el que niños y mujeres resultaron heridos” (La Patria, 4 de marzo de 2013, p. 2a).


De la reunión, en Bogotá, del alto gobierno con los representantes de los 15 comités de cafeteros, vale decir con la Federación, o sea el Gobierno consigo mismo, salieron lo que llamaríamos como soluciones que el Gobierno aumentaría la ayuda, de 60.000 pesos por carga a 115 mil pesos, únicamente a los cafeteros de menos de 20 hectáreas (11.5000 pesos por arroba y, para los que tenían más de 20 hectáreas, el auxilio sería de 95 mil  (un equivalente de 9.500 pesos por arroba).


La prensa del país reprodujo la fotografía de un cartel que portaban los manifestantes y que copiado a la letra decía: “Hoy producir una arroba de café le cuesta al cafetero 70 mil pesos. Se la pagan a 49 mil pesos. ¿Necesita calculadora?”


Los dirigentes del paro, que no fueron convocados a la reunión anterior, no aceptaron lo resuelto entre el Gobierno y los comités de cafeteros, por estas razones: Fuera del precio propuesto,  aún bajísimo, no tocaron otros puntos del memorándum inicial como era el precio de abonos y pesticidas, la importación paralela de café de otros países, la revaluación del peso que pasaba por las manos del ministro de Hacienda y la política gubernamental sobre explotación minera en la zona cafetera. Óscar Gutiérrez insistió en que el Gobierno Nacional debía asignar el presupuesto faltante para solucionar el problema y que debía aumentar el subsidio también a los grandes cafeteros pues de no hacerlo se afectaría el jornal de los cogedores de café y demás dependientes. Con sarcasmo remató Armando Acuña, de Garzón (Huila): “Los 60.000 pesos que habían prometido nunca llegaron al campesino; ahora menos 90.000”.


Después de diez días, el paro seguía firme, se generalizaba la escasez de artículos de primera necesidad y se volvía incendiario en Nariño, Putumayo, Cauca, Huila. El gobierno urgía negociar la paz en las carreteras, a cualquier precio. Haciendo de tripas corazón, citó a 28 líderes del paro a negociar en el hotel Movich, de Pereira, a partir del miércoles seis de marzo. La representación gubernamental estaba integrada por los ministros del Interior, Hacienda, Trabajo, Salud y Agricultura, coordinados por el Vicepresidente de la República. La sola relación de los cargos que desempeñaban estos personajes daba  idea de la angustia que el paro cafetero causaba en el Gobierno central. En dos jornadas que sumaron 26 horas de tire y afloje, en el atardecer del jueves siete de marzo, firmaron el acta de acuerdo. Básicamente, el señor Gobierno y la Federación, cuyo gerente no apareció en la mesa de negociaciones ni en las fotos de la ocasión, subió el auxilio de los 115 mil pesos que había resuelto entregar, dos días antes, a 145 mil, por carga de 125 kilos. Treinta mil pesitos siempre sirven. Se dejó de lado el Apoyo al Ingreso al Caficultor (AIC) y en cambio se habló de Protección al Ingreso al Caficultor (PIC). Debido a ese acuerdo, en Manizales, el precio de la carga que era de 521.250 pesos (un dólar costaba 1800 pesos y un euro 2.377 pesos) debería subir, luego de que se tramitara en el Congreso una ley de traslado presupuestal. Se calculaba el nuevo precio para el 18 de marzo. Eso fue lo que dijo el hijo del exgerente de la Federación Jorge Cárdenas Gutiérrez; el hijo muy dilecto, en el momento del pacto, ejercía como Ministro de Hacienda y el ministro de Agricultura que, durante 20 años hizo parte del Comité de Cafeteros de Antioquia. Todos, hambrientos por arrebatar para su propio provecho las más encumbradas posiciones cafeteras: Juan Manuel Santos, en 1979, quiso ser el sucesor de Arturo Gómez Jaramillo el mítico exgerente de la Federación pero cuentan que el Procurador de entonces, conociendo situaciones que desconocía el grueso de la población, le aconsejó: Si yo fuera usted, no me posesionaría.


Ojalá, a los cafeteros, como a los comuneros, no les hubieran dado chucha por guagua. Se acordó que si el precio del café  cae por debajo de 480 mil la carga, la ayuda tendrá que ser superior a los 145 mil pesos. El aporte extra sería de 20 mil por carga más los 145 mil para un total de 165 mil. Si la carga de café superaba el precio de 700 mil, se eliminará el auxilio. Se acordó que esta ayuda solo se aplicaría en el año 2013. El Gobierno se comprometió a seguir analizando con los cafeteros los demás puntos de la agenda, en nuevas reuniones. Octavio Jaramillo, caficultor de La Cabaña, en Manizales, dio este punto de vista: “Por ahora, hay que escoger entre todos los males el menos peor y celebrar las ayudas, así sea para acercarnos a los costos de producción”


Algo es algo, cuando los cafeteros habían soñado con un precio de 850.000 como fruto del paro. “Leonidas Mantilla comenzó a llamar a su hogar. “Obviamente que quisiéramos más, pero de alguna forma esto nos equilibra los costos de producción y es algo que nos alegra, no para ganar pero por lo menos para no seguir perdiendo” (Juan Carlos Layton, 8 de marzo de 2013, p.13a). Y, en enero de 2014, ¿nuevo paro? En asuntos de economía no se ha dicho la última palabra pero, lo que es doloroso es que, por lo visto, no funcionan las recetas del pasado.


Guerra anunciada… Los campesinos se estaban preparando para otro Sitio de Cartagena. Pensaron que tendrían que aguantar más en los sitios de concentración. Cuando terminó el paro, sobraba la comida. Los beneficiados, en varios municipios del país, fueron los hogares de ancianos: “David Correa, diácono fundador del Hogar del Desamparado en Anserma Cds., dijo: Mi Dios no desampara a nadie. Justo cuando estábamos sin mercado y sin qué cocinar para los 30 ancianos que tenemos en este hogar, se aparecen estos señores del paro cafetero… A esta y otras  instituciones de ayuda a la comunidad empezaron a llegar camionetas  con toneladas de alimentos perecederos como panela, pastas, carne, huevos, arroz, margarinas, aceites de cocina, chocolate. David agrega: No teníamos donde almacenar todo lo que nos trajeron de Remolinos, en el occidente de Caldas”   (Albeiro Rudas, 12 de marzo de 2013, p.11a). Todos los días se repite la multiplicación de los panes y los peces.


El resultado del acuerdo entre los del paro con el Gobierno trajo consecuencias imprevistas. Ocho días después de levantado el paro, los representantes de los 15 comités de cafeteros del país expresaron a la plana mayor del Gobierno su inconformismo por lo que llamaron doble moral al desconocer los acuerdos que se habían pactado entre Gobierno y comités de cafeteros o, como ellos decían, del Gobierno con “la institucionalidad del sector; se desconoció una representación gremial que tiene el aval de 580 mil familias cultivadoras del grano en Colombia” (Juan Carlos Layton, 15 de marzo de 2013, p.10a). La reunión a la que aludían fue la celebrada en Bogotá, anterior a la de Pereira. Lo acordado en la primera reunión fue borrado, de un plumazo, por el Gobierno, de un día para otro. Los comités de cafeteros asistieron furibundos a la reunión post-paro, con el alto gobierno. Fueron cargados de resentimientos sobre todo con el ministro de Agricultura quien, temeroso, no asistió. Le tocó al ministro de Hacienda tratar de expresar explicaciones que no convencieron a los comités.


Como protesta, Mario Gómez Estrada, presidente del Comité de Cafeteros de Caldas, presentó renuncia a su cargo. “Se demostró que el fin del Gobierno era frenar un paro a toda costa, por lo que le dio el aval al vicepresidente Angelino Garzón para que manejara la chequera. Eso condujo, y así se lo dijimos, a que el Gobierno se hiciera el sordo y cambiara las normas y condiciones legales y constitucionales que había planteado con nosotros” (Ibid.). Título de la película: Orgullo herido.


Los 24 comités municipales de cafeteros de Caldas respaldaron a su presidente departamental en su renuncia: “El presidente de la República y sus ministros, del corazón cafetero, antepusieron sus pretensiones políticas a la tesis concluyente de que lo es bueno para el café es bueno para Colombia” (La Patria, 19 de marzo de 2013, p.7b). Los comités de cafeteros de Chinchiná, Manizales y Palestina le dirigieron una carta al Gerente general de la Federación, en la que le expresaban: “… hemos tomado la decisión de manifestarle que su actitud negligente, pusilánime y, a nuestro entender, ajena a las reales necesidades de los caficultores, nos obliga por dignidad a solicitarle su renuncia inmediata. También le dicen que en ningún momento los representó y que más bien defendió la postura del Gobierno y se negó a aceptar la crisis tan grave por la que estamos pasando, a pesar de que como comités municipales habíamos comunicado la situación, a través de las actas mensuales donde queda constancia de las necesidades que hemos tenido durante los últimos años” (Ibid.).


A la decisión del Comité de Cafeteros de Caldas, con sus 24 comités municipales, de retirarle el apoyo al Gerente de la Federación Nacional, Luis Genaro Muñoz, se le sumó el Comité Departamental de Antioquia que en su comunicado dijo: “Luego de adelantar un análisis detallado y sereno del entorno gremial cafetero y después de escuchar la voz de muchos de los caficultores de este departamento, decide que lo más indicado es retirarle el apoyo al Gerente General de la Federación Nacional de Cafeteros, doctor Luis Genaro Muñoz Ortega, ya que se concluyó que hoy no representa los intereses de los caficultores” (Ibid.). Antioquia, después del Huila, era el segundo productor de café. Entre Antioquia y Caldas sumaban el 18 por ciento de la producción nacional y el 25,62 por ciento de participación cafetera en el país.


Casi a la fuerzo, abrimos los ojos. Hasta este episodio se venía pensando que todo se explica por la ineptitud de los gobiernos. Pero ni esos mismos gobiernos que se vanagloriaban de saber mucho de café se habían percatado que el café colombiano ya no era competitivo. El viernes 15 de marzo, quien vendiera una arroba de café reclamaba 14 mil 500 pesos que correspondía a lo pactado; sin embargo, el 18 de marzo, ocho días después de levantado el paro, la libra de café estaba, en nueva York a 1,33 dólares con tendencia a la baja y los indicadores de broca, en los cafetales, había superado los niveles del 30 por ciento, lo que ocasionaría rebajas en los pagos por calidad deficiente. Peor que antes.


 ¿Más subsidios? Los subsidios oficiales, por urgentes que sean, no son la solución adecuada y mucho menos definitiva. Son un mientras tanto, mientras los organismos centrales que manejan la economía nacional aciertan en las medidas como detener la imparable revaluación del peso. Según el Banco de la República, mientras las exportaciones colombianas, durante 2012, crecieron el 6,6 por ciento, con el grano de café exportado cayeron el 9,6 por cientos. Concluyó el siglo XX y avanza el siglo XXI sin que hayamos podido asimilar la cruel realidad.


El Paro Cafetero de los días 26, 27 y 28 de febrero, 1,2,3, 4, 5,6 y 7 de marzo de 2013, significó el instante más crítico en la historia de la caficultura colombiana. Además, ingresó a la historia de las sublevaciones populares más enérgicas que se hayan producido en el devenir colombiano, al lado del Movimiento de los Comuneros y su protesta por los impuestos al tabaco, al lado de los artesanos de Santander y Bogotá, en tiempos de las guerras civiles, al lado de la huelga de las bananeras que consagró García Márquez en Cien años de Soledad, al lado de los sindicalistas del petróleo, en Barrancabermeja y los Llanos y junto a la masacre de los obreros de Santa Bárbara (Antioquia). En todo movimiento de reivindicación, el pueblo siempre ha puesto los muertos.