NOMBRES COMUNES, A LA VEZ CURIOSOS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En muchos casos, la curiosidad que suscita un nombre se origina en la sorpresa que se experimenta al escucharlo. Quienes han vivido pronunciándolo posiblemente no reflexionen sobre el origen, el motivo para imponerlo o la originalidad ante otros nombres poco llamativos.

 

Un forastero o una persona incisiva pueden hacer caer en la cuenta a la comunidad de que, en su patrimonio inmaterial, existen nombres fuera de lo común en cuanto a significante o significado.

 

Hay topónimos que causan sorpresa porque se trata de palabras que la generalidad del pueblo no pensaría que fueran seleccionadas, por extrañas, por prosaicas, para bautizar, no un objeto cotidiano, sino  un lugar: Quebrada La Perra, El Zancudo, El Congolo, La Cachucha, El Canasto, El Baúl, La Mancha y El Troloiro.

 

Impresiona que algunas voces solemnes  hayan servido para la identificación de un accidente de la geografía regional: Quebrada El Escritorio, veredas El Verso o El Espíritu Santo.

 

Algunos nombres de lugares se originan en la falsa o real imagen que tienen los antioqueños como personas toscas o dotadas de enorme dosis de desparpajo y cinismo. Tal vez es herencia del viejo Cosiaca.

 

Hay dueños de fincas que les han colocado nombres como para asustar beatas: El Culiadero, La Putería, La Pecadora, La Viringa (desnuda),  Polvolocas, Culimocho, La Verraquera, El Chorro de las Monjas, El Chorro de Belisario, El Chorro del Padre Canuto, Edificio El Polvo, El Polvorete y, (como la película), La Jaula de las Locas.

 

Hay combinaciones de palabras que, por su ingenio o aparente ingenuidad, causan extrañeza o despiertan la hilaridad: Cuevasanta, Cuevaloca, Tarropintado, Cameguadua, Comehuevo, Hoyofrío, Cargaperros, Calentaderos, Gatonegro, Aguasmuertas, Sacaragua, Morrogacho, Palocabildo, Vendiagujal, Casamugre, Picoterrible.

 

En asunto de tiendas y almacenes, es corriente que, en Caldas, los propietarios jueguen con los posesivos, aún en formas inesperadas, buscando impresionar a sus posibles clientes: Supermercado Lo Mío, Almacén El Suyo, Tienda Mía, Almacén Para Ti, Panadería El Pan Nuestro, lo mismo que Gane Más, Pague Menos, Centavo Menos, Cerocincuenta, Cientocinco, Entre Pues.

 

Es difícil dilucidar lo que pretendía el dueño de ese negocio que bautizó con la forma simpática de Almacén Sin Nombre.

 

Un caso curioso es el nombre que, en varios pueblos del Viejo Caldas, han escogido para bautizar, por lo general, algún negocio: Tienda Las Quince Letras que, si se tiene la precaución de contar las letras de Quince Letras son, exactamente, quince letras.  

  

En algunas áreas urbanas caldenses se da el caso de colocarles, a sectores deprimidos o alejados del centro del poblado, topónimos tan estrafalarios como Carangal, Tarroliso, Caldorrancio, Chisperos, Muertodihambre.

Después de una telenovela de muchos espectadores, a un lugar lo bautizaron como El Realengo.

 

Luego de las guerras de Nicaragua, contra la anterior dictadura de Somoza y de Argentina contra los ingleses, a muchos sectores conflictivos les pusieron los nombres de Managua o Las Malvinas.

 

No puede faltar, en los municipios caldenses, un sector llamado Colegurre, la punta en donde se acaba el pueblo. Colegurre está habitado por personas más pobres que el resto de paisanos. Es inconcebible suponer que los ricos vivan en Colegurra.

 

Cantarrana aparenta ser un nombre típico puesto por unos paisas desabrochados. Pero no. Si en castellano hay algún nombre de rancio abolengo es Cantarrana. Ya en el famoso cantar de Los Infantes de Lara, del siglo X, uno de los monumentos literarios a la más cruel venganza, se cita: “Bien vengades, los mis hijos,/ buena sea vuestra llegada;/ allá iredes a posar/ a esa cal de Canta-rana…”.

 

Nada de raro tendría que, el dueño de la tienda El Milagrito fuera un tremendo usurero: a todos les hacía el milagrito; para él.

 

Cuando los clientes llegan a la puerta de la Tienda la Conciencia no saben si comprar o confesarse pues el dueño quiere vivir informado sobre la vida íntima de los habitantes del sector para luego compartir con otros los chismes más detonantes.

 

El Fruncidero equivale a El Último Esfuerzo.

 

La Última Copa y la Última Lágrima son nombres con que se designan a la cantina que queda ubicada junto a la puerta del cementerio tradicional. Como los vivos podrán seguir tomando trago al concluir la ceremonia, eso de Última Copa parece referirse  al difunto.

 

No es humor negro sino sarcasmo que, en varios pueblos caldenses, a los tintiaderos que colocan cerca a las iglesias para que los fieles entren a asentar la comunión con un humeante tinto o un aguardiente, las malas lenguas les hayan bautizado con el nombre de La Sacristía. Segú los parroquianos se debe a que allí las gentes comparte, los chismes más suculentos de la feligresía que tenga la desdicha de caer en los garfios puntiagudos de sus lenguas.

 

“La Quinta Porra, la última fonda, donde acaban los caminos. En noble lenguaje de arrieros, matiz de más, matiz de menos, la Quinta Parra significa el fin del mundo. En Argentina existe un territorio, al sur, que se llama La Quinta Porra, en pleno sur. Más allá de ella no hay nada; sigue la nada cortada a pico, el acantilado del No-Ser” (Fernando Vallejo, en Fuego Secreto).

 

Para los malcriados de los últimos tiempos, más allá de la Quinta Porra queda La Puta Mierda.

 

 

 

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