LOS LOROS COMO MASCOTAS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Cuando se enseña que los animales son seres irracionales se trata de despachar tras la careta de un postulado filosófico, con apariencia de axioma, una compleja relación emocional de los seres humanos con otros seres sensitivos escogidos para que compartan la intimidad de su vida cotidiana.

 

Los animales que el hombre escoge para que vivan bajo el mismo alero representan un conjunto de virtudes y defectos que él quiere tener presente ante sí como una alegoría del mundo que transcurre en el interior de las personas. El perro es el prototipo de la fidelidad; el gato representa la molicie; el caballo es sinónimo de eso, de caballerosidad; el ganado, como su nombre lo dice, es ganancia; las gallinas son la materialización de la estupidez; los cerdos son la presencia viva de los excesos y las loras siguen siendo la representación imaginaria de la vacuidad, los caprichos y la vulgaridad.

 

ZOONIMIA:

 

El comportamiento de los seres humanos hacia los animales con los que ha hecho compañía, reflejado en el lenguaje, pertenece a un capítulo curioso del folclor lingüístico llamado Zoonimia, materia que observa, consigna, analiza y teoriza sobre asuntos tales como las variantes y móviles que ocurren cuando se escogen determinados nombres para éste o aquel ejemplar.

 

Mientras los nombres de los perros, caballos y gatos son abundantes, variados, variables y generalmente dignos, descriptivos y cariñosos, los nombres de los marranos, las gallinas y los loros son proporcionalmente escasos y denotan torpeza y burla.

 

Los nombres de los perros, gatos y caballos connotan elementos anecdóticos, históricos y sicológicos. Cuando se trata de nombrar a marranos, gallinas y loras, la lista de sus nombres se acorta demasiado, tienen apariencia mucho más arcaica que la de los nombres con que se designan a los demás animales domésticos.

 

En Caldas, se acostumbra bautizar a las loras con alguno de los siguientes nombres:

Pastora: “Pastora, rua-rua; ¿Quiere cacao?

Pastorita: Tal vez se trate de una lora vieja. Claro que, para variar se puede llamar Rebeca.

Roberto: El marido de Pastora, Rebeca o Roberta.

Pachito (a): Loro pendejo.

Estelita: cuando el marido llevó la lora a la casa, en son de burla, le chantó el nombre de su esposa, en diminutivo.

Lorenza: Así la bautizaron, “en vez de Pastora, a ver si no se pone muy chismosa”.

Pomponio: Nombre de loro estúpido o de marrano.

Tatiana: Ya que no pudo tener una hija para ponerle este nombre que le tenía reservado, se hizo a una lorita y calmó el capricho o el despecho.

Ómar: El vecino de la casa se llama así y, cada que llega, el loro empieza a llamarlo por su nombre.

Arriero: El dueño anterior le enseñó a arriar la madre. Loro vulgar sube de precio. Por idéntica razón, en Aguadas, a una lora la llaman Palabrotas.

Putinga: Esta lora viterbeña lo único que repetía era esa palabreja cuando llegaban las visitas. Obvio que toda visita se demoraba lo menos posible para evitar el escándalo en el vecindario.

 

ES BUENO DISTINGUIR:

Loro es una palabra genérica que, para el pueblo raso, puede abarcar desde una guacamaya hasta un periquito real. Sin embargo, recordemos que las guacamayas de las selvas amazónicas son esos loros grandotes que hoy por hoy, claro que sin permiso del Ministerio del Ambiente, viajan a tierras donde las pagan con unos billetes tan verdes como las mismas loras. En los colores de su escandaloso plumaje portan la bandera nacional.

 

Los periquitos reales son los compañeros de aquellos vendedores con sombrero de plumita de loro al lado izquierdo y tarjeticas en un cajón que anuncian la buena suerte, antecesora folclórica del horóscopo, en las plazas de mercado de los pueblos paisas.

 

Según María Elisa Duque, en Manizales, se distingue un loro de una lora porque el macho tiene los ojos y la cabeza más grandes que la hembra lo que, según ella, es señal de que el loro es más inteligente que su consorte. La lora hace más escándalo que el loro. Machismo rampante. El instrumento que determina el sexo, para Chilita, en la Sultana, resulta más sicogenético: si le gusta que le quieran los hombres, es lora; si se deja querer de las mujeres es loro. ¡Qué lora!

 

Actualmente, la lora paisa, la de los cuentos verdes, posa en un parapeto improvisado en una tienda de barrio, o todavía, como lámina del pasado, en corredores destartalados, por los lados de la cocina o el lavadero en donde el dueño jubilado dedica horas enteras a enseñarle las vulgaridades que a él ya no le luce proclamar en público.

 

LORAS Y FOLCLOR:

Las loras no solo han nutrido el lenguaje sino también la literatura costumbrista oral y escrita que se ha hecho en Caldas.

 

En cuanto a la oral, en San José de Caldas, al Occidente del Departamento, escuché la anécdota de una viejita que vivía sola con una lora y le enseñó el avemaría para que le contestara, por las tardes, el rezo del rosario. Escena cruel para nuestro teatro del absurdo.

 

En cuanto a lo escrito, Luis Donoso, seudónimo de Roberto Londoño Villegas (1893-1957), tan injustamente olvidado hoy como celebrado, con estruendosas carcajadas, en épocas pretéritas, tiene, entre sus magníficas Charlas, editadas por la Imprenta Departamental, en 1980, dos que se refieren a las loras: La Guacamaya de Ciro y El Cuarteto de las Cacatúas.

 

La primera de las composiciones mencionadas trata de un parroquiano que quiso vender su lora mal-hablada pero como nadie se la compró, decidió fusilarla. La historia empieza así: “Era, lector, de tal monomanía/ verborraica, locuaz y parladora/ esa lora de Ciro Rentería,/ que este pensó que lo mejor que haría/ era poner en venta aquella lora.// Donde su amigo Paco Coronado/ fue, en el momento, y le ofreció la lora,/ - Y, ¿sabe hablar?/ - Pues, claro, ¡en sumo grado!/ -Pues, entonces, amigo, por ahora/ poco falta que me hace: soy casado”.

 

Yo suponía que escaseaban las loras, por la implacable destrucción de su hábitat, el desplazamiento de sus propietarios del campo a las ciudades y por razones de espacio apto para mantenerlas, dada la estrechez de los apartamentos y las casimbitas que construyen masivamente, en las ciudades. Pero, ¡qué va! Jorge Enrique Botero me sacó del error, en su tienda Las Lomitas de Villa Pilar, entretenido con Chichita mientras llega la clientela y luego, la clientela entretenida con la lora mientras el propietario la atiende. “Lo mismo pensaba yo. Pero, ahora que tengo tienda y lora me he dado cuenta, por toda la gente que entra aquí, que son muchos los que se enredan con loros como mascotas porque, en un apartamento como los que construyen ahora, es menos complicado tener una lora encaramada en un parapeto que tener un perro o un gato”. Por lo menos, si necesita ir de viaje, los vecinos puede que lo reciban más fácilmente que a un perro bravo y, en caso de trasteo, es más fácil transportarlo que a otro animal.

 

UN LORO ESPECIAL:

 

Dorian F. Botero, el ebanista y magistral tallador de marcos, (q.e.p.d.), al otro extremo de Manizales fue quien, con más de un trago de aguardiente entre pecho y espalda, trazó un retrato tan original de ese animalito que, por fin me di cuenta que, optar por un loro en casa tiene más implicaciones sicológicas que cualquier chiste de lora:

 

Roberto es inteligente, temperamental, grosero, cariñoso, esquizofrénico, solitario, histérico… Inteligente: me ve comiendo, se acerca y me dice: ¿Quieres que qué? Temperamental: ve los niños y se emputa y empieza a pedir auxilio: Gorda, gorda, gorda. Grosero: llama a mi hermana y le dice: h.p. y, en otras ocasiones, ve a alguien que pasa y le grita: Marica. Cariñoso: mi mamá le dice: ¡Venga! Va y la lora se pone a lamerle los dedos. Un amor increíble. Eso con ella pero yo no la he podido conquistar. Esquizofrénico: trata de morder a la persona que no quiere, se despeluca, se descompone, arrastra las alas, parece endemoniado, como para el manicomio. Histérico: a veces le repito el nombre pero se queda inmutable como si no me conociera. Se comporta, a veces, como que no me quisiera siendo que yo soy el que más le quiere. Sentimental: se sabe que hay loros que aman tanto a sus amos que, cuando estos fallecen o venden el loro, llegan a morir de pena moral. Exquisito: como espagueti, carnes, papa, fresas y otras frutas muy especiales… lo mejorcito el menú diario. No acepta que le den de la misma comida, el mismo día; la rechaza enojado. Valiente: capaz de enfrentarse a un perro furioso. Terco: insiste en una palabra vulgar hasta llegar a provocar problemas de policía, como en La Merced, Caldas, en donde Soledad Ospina que vive junto a la casa cural tenía una lora que cuando veía pasar al personal de la iglesia empezaba a gritarles vulgaridades. Ni el cura, con todas sus amenazas, logró que Soledad saliera de la lora. Llegó a decir que tendrían que expulsarlas del pueblo a las dos pero ella no saldría de la lora. Roberto imita mi voz, quiere a mi madre y me acompaña en la soledad. Por mí silba a las chicas e insulta, por mí, a los que yo no quiero, sin comprometerme. Es como mi espejo sonoro; la voz del loro es la voz del amo y me saca de la tristeza cuando empieza a decir pendejadas. No hay nadie más solitario que un pobre loro: no puede escoger ni a quien amar. Se acopla a quien llegue. Yo quisiera que Roberto fuera libre. Un día me lo llevé para la montaña. Lo largué y empecé a tirarle terrones para alejarlo. No se quiso ir. Permaneció inmóvil. Noté que se sentía tan incapaz de valerse por sí mismo que tuve que cargar con él nuevamente para la casa. Y lo que es peor: cuando mi mamá se dio cuenta de lo que me propuse se atrevió a confesarme: Sin Roberto estaría perfectamente sola; sin Roberto preferiría morir.  

 

De acuerdo con las situaciones aquí transcritas deducimos que las relaciones entre la gente y esta clase de animales domesticados no son tan cándidas como se supone popularmente. Son mucho más complejas pudiéndose intuir que no es tanto la sicología de las loras la que aparece cargada de signos y síntomas sino las interioridades que, en cada caso, provocan a las personas para hacerse al animal e insistir en ‘educarlo’. El mundo oculto de las mascotas parece ser menos folclórico y tan complejo como el de los propios amos.

Lorita: ¿Quiere cacao?