GUERRAS EN EL OCCIDENTE CALDENSE
Octavio Hernández Jiménez
En Colombia, en la cascada de acontecimientos ocurridos después de la Guerra de los Supremos (1839), los conservadores y liberales buscaron distintas formas de implantar su respectiva concepción y funcionamiento del Estado. Las provincias de la Nueva Granada se sublevaron y la unidad nacional se volvió añicos.
En 1860, los vecinos de Riosucio (perteneciente en esa época, a la provincia de Toro, actualmente en el Valle del Cauca), se declararon en rebelión contra el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera, suceso que llevó al centrooccidente de Colombia y al norte del Estado Soberano del Cauca, a iniciar la guerra contra las fuerzas del gobierno.
Entre los años 1860 y 1902, Colombia estuvo al borde de la disolución. Las etapas más críticas de esa lucha persistente se padecieron en los años 1860, 1876, 1879, 1885, 1894 y 1900. Los caminos reales se convirtieron en rutas de ejércitos armados, hostigamientos e incontables muertes.
El 31 de agosto de 1876, el ejército caucano, comandado por el general Julián Trujillo, venció, en Los Chancos (cerca a la población de San Pedro, Valle del Cauca), al ejército conformado por antioqueños y tolimenses que doblaba en número a los caucanos. Esta guerra se conoció con el nombre de la Guerra de las escuelas.
Como si la catástrofe provocada por los combates no fuera suficiente, por los mismos años, se presentó, por todo el occidente del país, una plaga de langostas que devoró sembrados y la mayor parte de la vegetación. Las langostas, en enjambres, invadieron los cultivos y avanzaron hacia el norte como si se tratara de otro ejército enemigo. En marzo de 1877, el ejército caucano del general Trujillo se tomó a Manizales. Los caseríos del sur y occidente de lo que configuraría el departamento del Gran Caldas (con Risaralda y Quindío), se llenaron de gente forastera, fugitiva, temerosa, mientras que otros emigrantes llegaron cargados de ambiciones.
Las poblaciones padecieron la interminable violencia política que se prolongó desde la primera guerra civil del siglo XIX, (1840) hasta la Guerra de los Mil Días (1899-1902). El guerrillero Buenaventura Pineda daba golpes imprevistos con su columna armada y, detrás de él, iba el Batallón Catorce, compuesto por tropas gobiernistas de Riosucio y Anserma que ocuparon los contornos del valle del río Risaralda. Aún no habían fundado a Viterbo (1911), y la pólvora de las armas espantaba los animales salvajes y esporádicos colonos de la verde explanada.
Para el año 1877, Ansermaviejo era el actual Anserma Caldas. Antes de ser Apía fue Villa de las Cáscaras, San Antonio de las Cáscaras y San Antonio de Apía, aunque no se sabe por qué motivo, ya en 1877, se llamaba, en forma escueta, Apía, como aparece en una carta que, desde Riosucio, envíaron al jefe del Estado Mayor. En ella se dice que “el enemigo abandonó posiciones militares tan ventajosas como las de Apía, Ansermaviejo y Miracampos” y, en 1885, el comandante de la plaza de Ansermaviejo mencionaba a “los rebeldes de Apía”.
Ubicada en el cruce del “camino de las Ansermas”, que iba de sur a norte, con el Camino nacional que se dirigía de la sabana de Bogotá al Chocó y Panamá, en 1877, Apía aportó personal para combatir, como parte del ejército conservador, a las guerrillas liberales a orillas del río Cauca.
Con el concurso de fuerzas cartagüeñas, el ejército del gobierno emprendió la campaña, por el Chocó, para reducir a los rebeldes que buscaban tomarse el Estado de Panamá. Los antioqueños contaban con otras motivaciones, fuera de abrir caminos y fincas, con hachas y machetes. Desde épocas inmemoriales y coloniales, los caminos del indio, los caminos reales y nacionales y muchos caminos secundarios ya funcionaban permitiendo el transcurrir de migrantes de paso apurado, mercaderes, comerciantes temporales, misioneros, ejércitos apurados, artesanos y viajeros particulares.
En 1885, existían Palestina y Arauca, (en el actual departamento de Caldas), en tierras aledañas al río Cauca. La finca “La Margarita”, propiedad de Alejandro Londoño, ya contaba con ese nombre, (en singular), vigente aún en el siglo XXI, (como inspección de policía), ubicada en la bifurcación de la carretera que continúa para Risaralda-Anserma y Belalcázar-San José-Viterbo.
El centro-occidente del norte del Estado del Cauca, fue un territorio convulsionado, en la segunda mitad del siglo XIX. En esta región se enfrentaron, con frecuencia, ejércitos caucanos (liberales) y antioqueños (conservadores), en la lucha por el poder regional y nacional. En 1885, en un sector de Ansermaviejo que cae sobre el lado izquierdo del río Cauca, el ejército caucano taponó el paso de “Arauca”, para contener al ejército antioqueño; en el vallejuelo de Cambía, en la finca La Margarita, de Alejandro Londoño; allí, los caucanos dieron de baja a varios soldados antioqueños, con fusiles Rémington, escopetas y pertrecho. Por Nazareth, Arrayanal y Arenales, (Guática, Mistrató, Belén) hubo ataques con innumerables víctimas (Alfredo Cardona T., 2006).
Al pie del Cerro Batero, en jurisdicción de Quinchía (Risaralda), se libraron dos de las batallas más sanguinarias, en 1877 y 1879, en territorio del Cantón de Supía.
En Salamina, el 22 de marzo de 1879, ocurrió una masacre, en la bautizada Casa del Degüello, ubicada en la plaza central de ese pueblo, a bayoneta y machete, con una ferocidad tal que las habitaciones de esa casona quedaron sembradas de cadáveres y por las rendijas del piso de madera se filtraba la sangre que empapaba y corría hacia el patio central de la vivienda” (Ibid., p. 219 y 251). En Apía, un grupo rebelde de 50 individuos se tomó el pueblo al mando de un tal Pedro Jiménez.
Ponciano Taborda, comandante de la plaza de Ansermaviejo, en julio de 1885, envió al “Señor Jefe Municipal de Toro-Riosucio”, una carta que se encuentra en el archivo municipal de Quinchía (Rda.): “Cumplo con el deber de dar a usted cuenta del resultado de las operaciones militares que han tenido lugar en este distrito…Por órdenes transmitidas por esta jefatura se ordenó que la fuerza marchara a ocupar los pasos de “Charco” y “Arauca”, en el río Cauca, con el fin de impedir el paso y capturar los derrotados de “La Estrella”, en el sur de Antioquia. Al llegar a “La Margarita” (finca del Sr. Alejandro Londoño) fueron capturados por la avanzada dos derrotados a quienes se les quitaron dos remington, una escopeta y pertrecho. … El cinco, a las seis de la mañana, se recibió una posta del corregidor de Nazaret (Guática) en que anunciaba que los rebeldes de Arenales habían ocupado el caserío de Arrayanal (Mistrató) a órdenes de Anastasio Vélez…Nos encontramos con el corregidor de Arrayanal que nos informó que el enemigo contaba con 50 hombres y aguardaban el refuerzo de la fracción de Apía a órdenes de Pedro Jiménez” (Ibid., p.251-253).
En esta ocasión, la guerrilla caucana salió de Buenaventura por mar y penetró al interior del país por el camino del Chocó, bordeando el San Juan. Soltó los presos que se encontraban prisioneros en Jamarraya, siguió en su compañía al actual Pueblo Rico, de allí pasaron a Apía y, aquí, lo acaecido se mezcla con la leyenda. Cuando yo estudiaba bachillerato en el Colegio Santo Tomás, (1960), la generación de viejos de Apía contaba que los guerrilleros entraron al pueblo, a pie y a caballo. En las tardes de esa toma guerrillera, el jefe, Pedro Jiménez, se sentaba con sus hombres en la plaza de mercado que era el actual parque, y allí se ponían a beber licor, en la festiva compañía de las mujeres que habitaban la zona de Los Patios. Los guerrilleros quemaron un sector de viviendas y negocios, en la plaza, en donde varios comerciantes de tendencias gobiernistas tenían sus tiendas y almacenes. Los guerrilleros se proponían que los habitantes del centro de Apía salieran despavoridos de sus casas para asesinarlos o apresarlos, en la calle. Las esposas de esos comerciantes y otras más cargadas de entereza se comunicaban por los solares, daban y recibían alimentos a los vecinos hambrientos y, en el momento del incendio, esas mujeres salieron a apagarlo con baldados de agua. Después de varios días, el jefe de la guerrilla bajaba borracho, en su caballo blanco, por la falda de la Calle de Santuario; de pronto, la bestia se asustó y derribó al guerrillero que pereció enredado en las riendas del caballo; el brioso animal lo arrastró por largo trecho.
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
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