EMPELICULADOS
Augusto León Restrepo
Continuamos empeliculados. En Cartagena de Indias fue convocada la sexagésima edición de su Festival de Cine entre los días miércoles 11 y lunes 16 del mes en curso. Avianca nos transportó desde el diez, nos inscribimos para el evento y nos fuimos al Barrio Getsemaní, caminamos sus calles, nos impregnamos de su ambiente bohemio y gastronómico durante varias horas. Esta zona cartagenera es preferida por el turismo joven europeo y colombiano y debe ser obligado itinerario para los visitantes de nuestra siempre sorprendente Cartagena.
Miércoles 12 de marzo. Tratamos de conseguir boletas para la exhibición de la premier nacional de la película «Esperando a los bárbaros», rodada en inglés, basada en una obra del Premio Nobel surafricano J. M. Coetze, que no he leído, pero que tiene el atractivo de que su versión para cine es dirigida por el colombiano Ciro Guerra y que contó con la actuación de destacadas figuras del celuloide internacional. La rosca cartagenera y la del mundillo del cine restringieron con avaricia las entradas para la función de apertura en el Teatro Adolfo Mejía. No obtuvimos invitación, pero no nos amargamos, por cuanto nos libramos de los discursos llenos de lugares comunes de los funcionarios oficiales nacionales y departamentales, cuyo contenido ustedes pueden imaginar. Algún día veremos la película en las salas comerciales, si es que sus recintos no terminan convertidos en iglesias para los sobrevivientes del virus que quiere coronar a toda la humanidad.
El día doce, jueves, seleccionamos cuatro películas para nuestra jornada, que comprendió desde el medio día hasta la media noche. Felices augurios, porque lo que vimos resultó de pareja calidad. Las salas abarrotadas, en especial de público joven, despreocupado y expectante. Un documental chileno, con excelente fotografía, de Patricio Guzmán, sobre filmaciones de la época de Pinochet y la arremetida callejera contra los chilenos contradictores del dictador. Una película colombiana de estreno, Salvador, que a mí me gustó, por el tratamiento sicológico del personaje central., que desenvuelve su drama con el fondo de la toma del Palacio de Justicia por el movimiento subversivo M19 en 1985. Dirige esta ópera prima César Heredia, bogotano. Seguimos con «And then we danced», que se podría traducir como Solo nos queda bailar, una producción sueca-georgiana, dura, dramática, con impecables actuaciones y un tema no apto para estómagos delicados, excluyentes y conservadores. No adelantamos mas porque hay que verla en la pantalla grande en la época post virus, si es que la hay. Y terminamos con un clásico del alemán, de culto ya, Werner Hersog, Fitzcarraldo, de 1982, filme que despertaba toda mi inquietud y que no había tenido oportunidad de apreciar. Respondió a nuestras expectativas, máxime cuando tuvimos a Hersog en persona, a tiro de piedra, en un merecido acto de reconocimiento por parte del Festival. Este Fitzcarraldo es uno de mis personajes inolvidables del cine. Un magnate cauchero que pretendió construir un teatro en plena selva amazónica para aspirar a contratar a Caruso, es un idealista que merece los altares.
Cuando llegamos al apartamento ese jueves y sintonizamos el último noticiero de la noche, el corona virus ya era una realidad en Colombia. Y nosotros nos habíamos codeado en el casco histórico y en los cines con gentes de claro acento español, italiano, alemán, inglés. Pero nos dijimos;»esto no es con nosotros». Dejaríamos de ser del trópico sin no hubiéramos pensado de esta manera.
El viernes llegamos a las taquillas y se nos notificó que el Festival había sido clausurado. Desconcierto, desilusión. Pero bueno. Cartagena se abre a múltiples experiencias. Fuimos a conocer La Serrezuela, el nuevo centro comercial , que nos impresionó por su osadía arquitectónica. Edificados sus locales en rededor de la placita de toros centenaria, es un homenaje a la tradición taurina de la ciudad caribeña y a la construcción maderable. Las calles aledañas, al regreso, desoladas.
El sábado, almuerzo cartagenero en un aireado apartamento de Crespo con mi mujer Sonia Cristina, María del Pilar Gaviria, Gloria Vélez, y la anfitriona y ya casi cartagenera por adopción, Delfina Morales. Cotilleo entre manizaleño y costeño. La sociedad cartagenera, su crema y nata, tiene cierta innegable similitud con la ídem manizaleña. Y ya el tema recurrente era el COVID-19. Empezaba nuestra participación en una película, cuyo principio de guión conocemos, pero no el intermedio y no sabemos el final.
El domingo las playas de Bocagrande estaban surtidas de turismo. Bajamos a la del frente del apartamento y nos instalamos en las carpas de veinte mil pesos, unos cinco dólares por la estadía. La mirada hacia el horizonte solo se distraía por las ofertas de los vendedores, decentes y discretos, que querían realizar con nosotros «en el nombre de Dios», que es como denominan su primera venta. Sonreían, daban las gracias. Conseguían el pan de cada día. Turistas suecos nos entretuvieron con su visión de Colombia,. Felices con nuestros paisajes y gentes. Almuerzo en un restaurante cercano, casi que codo con codo con extranjeros locuaces y gastones. Ya el dólar volaba. En la noche dominguera, abundante información sobre el corona virus. Decretaron el toque de queda en el centro histórico. Ya era indefectible: éramos actores, como ustedes, los que han llegado hasta este párrafo, de una película que no tenemos la menor idea de cuando terminará. Ni por qué nos hemos ganado, con ustedes, este casting indescifrable.
El lunes al asomarnos al ventanal, triste desolación. Habían ordenado el cierre de las playas de Bocagrande. Los vendedores de mango y de piña, de los camarones y de las ostras, las artífices de las trenzas para las vanidosas turistas, los vendedores de artesanías, pulseras y collares, en fin, los habituales del sol y la arena por mas de doce horas, se quedarían sin el sustento diario. El principio de una gran tragedia. Se nos estrujó el corazón.
Nuestro avión de regreso a Bogotá decoló hacia las nueve de la noche del lunes. Con tres horas de anticipación llegamos al aeropuerto. ¡Que tal que dispusieran de nuestras sillas!. A pesar de que ya se conocían las estrictas medidas para evitar aglomeraciones, no menos de quinientas personas nos hacinábamos. Tosesitas, estornudos en varios idiomas, tapabocas, sonrisas descubiertas de quinceañeras, llantos de niños, risas, todo parecía una feria, un circo. Nada parecía indicar que estuviéramos todos bailando en una danza macabra. La película en que nos metimos o nos metieron ya tomaba un rumbo definido. Las autoridades sanitarias o policivas en Cartagena y en Bogotá, hicieron mutis por el foro. A las doce de la noche desempacábamos maletas en nuestro domicilio.
Mi mujer en las horas de la tarde del martes, se sintió acatarrada. A cada estornudo, la miraba con preocupación. El joven médico acudió hacia la media noche. Diagnóstico inicial: un resfriado común y silvestre. El aire acondicionado, que hace estragos entre los andinos. Acetataminofén, mucha agua, gárgaras, descanso, reclusión absoluta y si le aparecía tos seca, de inmediato acudir de nuevo al servicio médico. Hoy, once días después, goza de cabal salud. Pero empeliculados. En absoluto enclaustramiento hasta el 13 de abril. Empeliculados y un poco paniquiados, para que negarlo.
No sabemos cuantas muertes ha ocasionado el virus chino. Evitamos saber el número. Pero rebujando libros, y sin que tenga que ver lo uno con lo otro por razones obvias, reencontré el excelente relato «La explosión del volcán» del connotado escritor caldense Octavio Hernández. La explosión dejó un saldo de mas de veinte mil muertos en Armero. El Profesor Hernández le puso como epígrafe a su libro unas palabras de Gabriel García Márquez, que bien pudieran figurar en la presentación de nuestra película, la nuestra de ahora y la de ustedes, cuyo Gran Guionista, no nos ha querido señalar fecha para que aparezca la palabra FIN. Pero cuando llegue, porque algún día tiene que terminar el rodaje, es posible que lo de nuestro Gabo, sea una esperanzadora realidad: «Ni los diluvios, ni las pestes, ni las hambrunas, ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos, y los siglos, han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte».
Artículo publicado en www.eje21.com.co/2020/03/empeliculados/
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
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