El CULEBRERO

 

Octavio Hernández Jiménez

Los culebreros hicieron parte del panorama de nuestros pueblos en los días de mercado. Esa era la ocasión semanal en que la mayoría de campesinos salía a vender sus productos, tomarse unos aguardientes, comprar los víveres para la semana, las herramientas de trabajo y uno que otro remedio para los humanos y sus animales.

Lo que llamaríamos medicina era rudimentaria y costosa. Médicos y mediquillos revolvían las urgencias con la intuición y así trataban de acertar. No todo mundo se podía dar el lujo de tener médico de familia. Los campesinos revolvían la carencia de ciencia clásica con el máximo de homeopatía y yerbatería.

La memoria y la imaginación jugaban papeles primordiales a la hora de entrar a recetar y consumir sustancias de laboratorio o de la naturaleza vegetal. Había un principio que se ponía en práctica: Similia simílibus curantur (lo semejante se cura con lo semejante).  

Imaginación, memoria y magia. Algo de brujería o hechicería no caía mal. Tal vez unos pases, una oración al revés, un enredo de sílabas incomprensibles, un menjurje hediondo. Se creía que entre más amargo fuera un remedio, más pronto sería el alivio.

Los culebreros decían que venían de tierras extrañas, extensas y lejanas.  Si era posible se trepaban sobre una mesa para que presenciaran sus peroratas  o ejercían su oficio desde el físico suelo que era cuando ponían las cajas de pomada en las manos de los espectadores. De ahí a comprarlas no había sino un paso.

Solicitaban la colaboración de un espontáneo para que se dejara enredar una culebra larga (guío o mapaná), sin colmillos para inocular veneno pero que por el enorme tamaño sobrecogía a la turba que la rodeaba. Un monstruo de visita al pueblo.

La culebra se llamaba Margarita y venía dormida en un cajón de madera. A un lado, el culebrero depositaba frascos con aguas de todos los colores que según él, contenían las revolturas que espantarían  el carranchil, los dolores nocturnos de muelas, la falta de ganas sexuales, el exceso de orinadas en la noche, las lombrices en el estómago, los nuches enquistados; mermaba las verrugas y lobanillos tan comunes en esos tiempos, ese desgano para moverse, el desengaño amoroso y demás enfermedades del alma y del cuerpo.

Rafael Arango Villegas escrutó el alma del pueblo caldense y en sus obras describió y narró varias pasatas como esta escena:

Señoras y Señores:

Tengo la honra de presentarme ante vosotros,

Y de presentaros también a la célebre miss Judith,

Quien vivió más de 20 años entre los indios

Aprendiendo sus secretos,

Y pasando miles de trabajos,

Durmiendo con los tigres y fieras,

Todo por aprender la medicina que salva a la humanidad

de sus mortales dolencias.

Ella se ha hecho morder de más de mil crótalos

Para aprender su contra y aquí tenéis,

Señoras y señores,

El fruto de sus innumerables trabajos.

¿Véis este aterrador crótalo, este terrible reptil?

Pues es una mapaná, señoras y señores.

Vosotros sois ilustrados y sabéis lo que este terrible animal

Hace al cristiano, cuando lo coge desprevenido.

Y, ¿sabéis vosotros lo que pasa entonces?

Que el maldito animal suelta el veneno, se lo inocula al hombre

Y viene la intoicicación.

Y, ¿qué sucede entonces, señoras y señores?

Que si no hay por ahí un verdadero sabio,

Un hombre que sepa la contra del terrible crótalo,

viene en seguida la muerte.

¡Es horrible, señores: esto pudre inmediatamente,

Y viene la cangrina!

Pero, ¿si hay remedio, señoras y señores?

¡Sí lo hay!

(Hace una pausa para recibir un pequeño frasco que le pasa miss Judith, y continúa la arenga):

Aquí lo tenéis, señoras y señores:

Es un maravilloso remedio llamado anticulebrina,

Inventado por esta mujer.

Y, ¿sabéis cuánto vale este maravilloso remedio?

Pues una poquedad, una miseria:

¡No vale nada!

Es para regalarlo a vosotros por infelices cincuenta centavos!

(…)

Ese discurso tenía sus variables a través del espacio y el tiempo. En tierra caliente recalcaban en el alivio de enfermedades distintas a las de tierra fría: la fiebre amarilla, el paludismo, las mordeduras de serpientes, el mal de ojo y las manchas en la cara.

César Piedrahíta era un ansermeño que imitaba, ante las cámaras de televisión, a los culebreros de las plazas públicas del Viejo Caldas, en los días de mercado. El efecto fue que, “el Culebrero de Anserma”, como se le conocía en todo el país, alcanzó el rango de personaje típico como lo son, en realidad, aquellos personajes que él imitaba, sobre todo en Sábados Felices, al comenzar la década de los noventa del siglo XX. Ganó jugosos premios en concursos de humor e integró el personal de planta de varios programas humorísticos, en la televisión nacional y en fiestas regionales. Con el aprecio que le tenía la gente pudo haberse lanzado para alcalde de Anserma y la hubiera alcanzado, pero no le alcanzó la vida ni los productos que publicitaba en broma. Murió joven, en 2003. 

“El Culebrero de Anserma” se expresaba así:

Tomo este cachito, porro, cubreculebras,

Agarro, meto, introduzco, por este hoyo, hueco, vacío;

Hablo así para que me entienda

Desde el más médico hasta el más descachalandrado;

Oí culebrero, todo aquel que come culebras,

Dígame serpentinero todo aquel que coge serpientes,

Yo vengo de las selvas del Putumayo y del Brasil,

Su padre es el indio Caramandú

Que se quemó las pestañas

Trayendo las cuarenta y cinco mil yerbas que matan,

Que curan, que enloquecen;

Vengo contratado por el gobierno nacional

Trayendo el más eficaz y científico remedio

De todos los tiempos;

Tengo el remedio vivificante y científico

Para aquellas personas que se levantan por la mañana

Con una saliva espesa y espumosa,

Aquellas personas que se comen un chicharrón

Y vomitan un restaurante,

Que se comen un corozo y vomitan una palma,

Que se comen un payaso y vomitan un circo…

¿saben qué es eso, señores?

¡Eso es el mal de amibas

Pero yo tengo el remedio eficaz y científico:

Ve al huerto,

Coge un pelo de esos que se llaman chócolos

Y enseguida invocando a Nuestro Señor Jesucristo

Y diciendo las palabras cabalísticas

GUASACA GUALANDAY APACHUNGA CHUNGA BORRAQUIN

TANQUIN LAPARANTA CHIQUIRINA SIGIFER

Y después de haber dicho las palabras citadas

Con mucha devoción y mucha fe

Te tomas el remedio

Y no volverás a sentir nada de nada.

La medicina ha avanzado y se ha difundido por el planeta. El mundo vegetal promovido por los culebreros se consigue en los puestos de plantas de las galerías y plazas de mercado.

En almacenes naturistas venden los productos homeopáticos y aún así quedaría amplios espacios para los culebreros pero ya no vienen pues los agentes del gobierno, como Invima y otras dependencias, los bloquearían o espantarían exigiéndoles permisos.

Lo más extraño es que, si hay culebreros se acabaron las culebras pues la ley de protección de la fauna silvestre haría que corrieran los agentes a realizar el decomiso de los animalejos con los que se ganan la vida los culebreros y se entretienen los noveleros que carecen de un espectáculo mejor y más barato que pararse a contemplar el poder de convicción del Cacique Pluma Blanca o Pluma Amarilla. Y comprar alguna pomada por si se va a necesitar en el inmediato futuro pero, mientras pasan los días, la cajita de la tal pomada se ha perdido o se ha utilizado sobándola en el cuerpo para otros males.

 

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