CASA DEL DEGÜELLO, EN SALAMINA
Octavio Hernández Jiménez
Los aleros de Salamina, en el norte de Caldas, han visto pasar personas ilustres y gestas catalogadas como gloriosas. Espléndido escenario en el que la imaginación ha producido frutos de intenso sentimiento, como estos versos de Jorge Isaacs, a su paso por la bella ciudad del norte:
“De Salamina/ cabe a la cuesta/ corre espumosa/ La Frisolera./ De las cabañas/ las humaredas/ lánguidas flotan/ sobre sus selvas.// Vi muchas tardes/ en su ribera,/ bajar por agua/ una morena/ de grandes ojos/ y largas trenzas,/ siempre llorosa/ ¡Pobre Gabriela!// ¡Ay!, tuvo un novio/ que en vano espera./ En sus sembrados/ crece hoy maleza,/ no adornan fucsias/ su cabellera,/ y vive triste:/ ¡Pobre Gabriela!// Ayer de tarde/ por La Frisolera/ pasó un recluta/ cantando vueltas/ -¿Pablo?, le dijo/ - ¡Murió en la guerra!/ ¡Pobre muchacho!/ ¡Pobre Gabriela!”.
El Estado de Antioquia perdió la guerra de 1877. El gobierno central y del Estado Soberano del Cauca nombraron al general caucano Tomás Rengifo, como Presidente de Antioquia y allí se propuso aniquilar la revuelta impulsada, entre otros, por el obispo de Tunja, Mons. Severo García que encendió el ánimo en el clero del país debido a la confrontación, de vieja data, con Tomás Cipriano de Mosquera que, por medio del decreto de septiembre 9 de 1861, había promulgado la desamortización de bienes de manos muertas, la tuición de cultos, además de la expulsión de la Compañía de Jesús, política que el partido conservador catalogó como “persecutorias contra la Iglesia”.
Luego, se añadieron otras medidas como la extinción de conventos de ambos sexos y los monasterios. Esto conllevaba la expropiación de bienes eclesiásticos para pagar la deuda externa y arreglar el déficit fiscal. Mosquera buscó bloquear la participación en política del clero a favor del conservatismo que alcanzó a ser denominado “el partido católico”.
En el fragor del conflicto, al cura que detuvieran lo vestían de rojo y lo obligaban a cargar los hijos de las juanas o mujeres que seguían a los ejércitos para hacerles de comer, organizarles la ropa y otros menesteres.
La guerra se agudizó en el sur antioqueño como Aguadas, Salamina, Aranzazu, Neira y Manizales. Por cierto que en esta zona se inició una especie de romancero, o conjunto de composiciones, en verso, como el que quedó de las guerras de liberación de España contra los moros, en plena Edad Media europea, y de los mexicanos contra ellos mismos en una fecha cercana a la guerra civil colombiana que se menciona. Un romance anónimo empezaba así: “Un día martes por la tarde/ el 25 de enero/ se pronunciaron los godos/ ya pasado un aguacero./ Con entusiasmo llegaban/ a casa de Pablo González/ y allí formaron concilio/ de coger los liberales…”.
En la llamada Revolución de 1879 ocurrió el trágico desenlace descrito minuciosamente por el general Valentín Deaza en el informe que rindió al Gobierno y que, Alfredo Cardona, comentarista e historiador moderno, sintetiza en este párrafo: “El capitán Juan Nepomuceno Uribe, con el batallón Primero de Rifles, ataca las posiciones conservadoras y luchando manzana por manzana llega al sur de la plaza principal de Salamina. La Compañía Salamina, bajo las órdenes de Rafael Avendaño, hace frente a los revolucionarios que disparan desde las ventanas y balcones de las casas del lado oriental. A las once de la mañana del 22 de marzo de 1879, el teniente Eliseo Vargas y el subteniente Manuel Andrade, con 20 hombres del Batallón Zapadores, toman la manzana oriental de la plaza, tumban puertas y portones y perforando las paredes de las tapias interiores se acercan a la casa de José Ignacio Llano, reducto principal de los defensores. Los soldados del Batallón Zapadores (traídos de Cundinamarca y Boyacá) arman bayonetas y al paso de carga embisten la casa de Ignacio Llano, trabándose el combate cuerpo a cuerpo a golpe de bayoneta y machete, con una ferocidad tal que las habitaciones quedan sembradas de cadáveres y por las hendijas del piso de madera se filtra la sangre que empapa y corre hacia el patio central de la vivienda”(Alfredo Cardona T., 2006, p.218-219).
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Si la fundación de Salamina fue decretada por el gobierno central en 1825 y se realizó en 1827, en años posteriores a la Independencia de los españoles, al naciente caserío no se puede ubicar, con propiedad, en la época colonial que concluyó oficialmente con la Batalla de Boyacá, en 1819. Salamina es postcolonial.
El estilo arquitectónico de La Casa del Deguello, no es rigurosamente colonial y menos republicano. Tenía características de las construcciones hispanas adaptadas al medio neogranadino que no se interrumpieron abruptamente debido a los acontecimientos políticos de la independencia. Si el sistema gubernamental había cambiado, no habían cambiado las formas de construcción utilizadas por los maestros de obra.
En Salamina, esta adusta casa de familia ocupa lugar intermedio entre las cuatro que dan su fachada al parque arbolado; cuenta con un balcón largo de chambranas de madera. Desde el centro del parque, la conocida como Casa del Degüello se mimetiza entre los árboles que rodean la pila de bronce.
Por más de cincuenta años, entre mediados y fines del siglo XX, perteneció a Monseñor Carlos Isaza Mejía, que, con su alcurnia y su título honorífico se convirtió en mandacallar del pueblo; a su muerte, Mario Isaza Mejía, hermano suyo y también monseñor, se convirtió en el jefe de esta casa, aunque el boato eclesiástico y de la clase alta salamineña había entrado en decadencia.
En más de cien años hay tiempo suficiente para que se vayan desdibujando las circunstancias reales que acompañaron los acontecimientos en la Casa del Deguello. Por ejemplo, no se menciona que se trataba de la casa de habitación de Ignacio Llano y su familia, pues esa circunstancia agravaría el juicio histórico sobre ese caso al ser catalogado de inhumano y aberrante. Se repite que aquella edificación era “cuartel de un batallón acantonado en Salamina” confusión que busca aminorar el horror y dar un cariz legal a la sanguinaria carnicería.
El General Cosme Marulanda estuvo involucrado en los sucesos pero en las crónicas de sus paisanos no lo mencionan como derrotado. Valentín Deaza, jefe militar (liberal), escribe que “felizmente quedaron en mi poder el Jefe rebelde Cosme Marulanda con todos sus jefes, oficiales, soldados y elementos de guerra”.
Para formarse una idea general de lo acontecido conviene transcribir los datos que Valentín Deaza envió al Prefecto del Departamento del Sur, en Manizales, y que, a su vez, Carlos Latorre, Ayudante de Campo y Secretario del Prefecto remitió al Secretario de Estado, en el Despacho de Gobierno y Guerra, en Medellín. En las fuerzas oficiales (“armas liberales”) las bajas fueron: Batallón Rifles: Muertos 0; 1° de Zapatoca: Muertos 6; Compañía de Salamina: Muertos 2 y Compañía de Pácora: Muertos 1.
Los llamados por Valentín “retrógrados y fanáticos, enemigos jurados de toda medida de progreso recibieron castigo ejemplar al perder cincuenta y cinco hombres que fueron muertos”, en su mayoría, como se ha citado, en la casa de don Ignacio Llano.
DE NOCHE, POR LA CASA DEL DEGUELLO:
A las ocho de la noche del sábado 13 de septiembre, después de una intensa jornada académica e inéditas prácticas, en la que se expusieron y elaboraron las contribuciones gastronómicas de las regiones presentes en el Congreso de Cocinas del Paisaje Cultural Cafetero, seis expositores tuvimos la oportunidad de visitar la Casa del Deguello ya que la mayoría no tenían conocimiento de lo que fue, en una guerra civil, un vetusto baluarte.
El cuidado de la céntrica casona estaba a cargo de J. Gustavo Ramírez pues de los dueños históricos, cada vez quedaban menos. Aquí, como en gran número de casas tradicionales de pueblos colombianos, una soledad cargada de nostalgias recorría las habitaciones.
Los monseñores Isaza Mejía pasaron a mejor vida como también su hermana Amparito que había sobrevivido a los dos. Esta dama dejó una hija llamada también Amparo que vive con su esposo y dos hijos en Armenia. De trecho en trecho visitan la casa en Salamina. Casas como esta permanecen clausuradas con sus haberes, recuerdos y misterios. Van quedando como lugares de reencuentros familiares para familias que se fueron de allí pero que conservan el impulso para no desligarse del todo de sus querencias.
La Casa del Deguello, en el marco del Parque principal de Salamina Caldas, tiene forma de U. La base de esa U, la más larga, da al parque; tiene cinco ventanas que corresponden a la sala principal y tres alcobas. En el primer piso, un portón alto y cinco puertas. Su apariencia no es tan lujosa como la de otros caserones pero no oculta, tras el maderamen de color caoba, una dignidad discreta.
Subimos las escaleras de madera con barrotes metálicos; los pisos, bien encerados como se acostumbra en las casas con piso de tabla de los pueblos caldenses. Dimos vuelta a la izquierda para empezar el recorrido por el comedor que ostenta una portada rococó en madera taponada, salida de las manos de Eliseo Tangarife.
El cuidandero iba prendiendo luces para que observáramos mobiliario de maderas finas y molduras, vajillas en las vitrinas, carpetas de crochet, lámparas, artesonados, jarrones, paredes forradas en vistosas tela de colgadura y cortinajes que filtraban la luz de los faroles del parque y le daban a las estancias cierta atmósfera palaciega.
En una vitrina sobre una pared exhiben unas veinte condecoraciones emanadas de las más encumbradas oficinas públicas, instituciones culturales y gobiernos extranjeros, otorgadas a los monseñores Isaza Mejía. Ante ellas, se detiene el visitante a meditar sobre la fatuidad de los homenajes. Contemplar ese arrume de metales ya opacos y cintas de seda manchadas por el orín del tiempo provoca el desencanto por aquello que el libro de los sabios llama “vanidad de vanidades y todo vanidad”. ¿En dónde quedaron los estruendosos aplausos al final de los actos en los que las impusieron; los discursos tachonados de adjetivos; los banquetes con ingredientes europeos tan propios de las casas distinguidas de Salamina en su temporada de oro; los brindis con vinos del Mediterráneo, en cristal sonoro; las flores lánguidas; las mujeres embellecidas para las circunstancias con sombreros, terciopelos y visones; las visitas de alto turmequé que subían por la escalera principal por orden expresa de Monseñor Carlos, mientras que el resto de humanos subía por la escalera secundaria; los lapidarios telegramas que produjeron esos trozos de lata y de seda que causaron admiración y ya nadie repara en ellos? Per transivit gloria mundi.
Sin modular palabra, cuando pasábamos de un salón a otro, calculaba el número de degollados que pudieron quedar arrumados, unos sobre otros, en esos pisos cubiertos con alfombras rojas.
En el lado izquierdo, el caserón cambia la vanidosa presentación de la parte central pues se suceden tres alcobas pequeñas sin pretensión alguna. En la primera, nos comentaba con tono humilde don J. Gustavo, vivió y murió monseñor Mario Isaza. La cama es del tamaño de un catre metálico; un escaparate para la escasa ropa y litografías de santos en las blancas paredes de bahareque. Enseguida, una capillita en donde entraba a meditar el mencionado monseñor y, en el cuartico siguiente, desde hace años, vive el cuidandero conseguido por Amparito para que estuviera pendiente de monseñor cuando empezó el declive que lo condujo a la muerte.
J. Gustavo comentaba que la familia Isaza Mejía tenía comportamientos particulares cuando llegaba el tránsito fatal. Monseñor se murió en las horas de la noche; el acompañante llamó a Amparito que dormía en un cuarto principesco, al lado del comedor y ella, haciendo gala de gran paz interior, cobijó el cadáver, le tendió una fina colcha blanca encima y dejó que inaugurara, sin escándalo, ese sueño del que no despertaría jamás. Llamó a la familia que fue llegando de otras ciudades, tocaban el portón e iban entrando en silencio. A las tres y media de la tarde subieron con el ataúd, lo pusieron en el suelo, metieron el cuerpo rígido del difunto y salieron con él hacia el templo en donde esperaba la comunidad para asistir al sentido funeral.
El vigilante comentaba que ese ritual se repitió cuando murió Amparito. Falleció en la tarde, la vistieron y cobijaron con colcha blanca, en el lecho que ocupó gran parte de sus noches. A las tres y media de la tarde entraron con el ataúd, metieron el cuerpo y salieron con él para la ceremonia final en el templo que hoy es basílica.
Bajamos por la escalera secundaria que queda en el extremo derecho, luego del área húmeda, al primer piso y de ahí al subterráneo para darle un vistazo a la boca de lo que dicen que es un túnel de escape. En ese sector no había luz eléctrica por lo que nos guiaba la luz de la linterna que llevaba el cuidandero. Nos mostró un agujero en la pared, alumbró para adentro, no divisamos nada debido a la oscuridad. J. Gustavo comentó que ese túnel salía a la sacristía de la iglesia. Según varias personas hay más túneles en distintas direcciones como testimonio de los tiempos del ruido; del ruido causado por las armas, en las guerras civiles.
El vigilante nos convidó a recorrer la inmensa huerta de la casa por donde un día, según la leyenda, corrieron arroyos de sangre rebelde. Noche sin luna sumergida en una oscuridad espesa. Advertía el guía: cuidado que aquí hay un hueco; no toquen el árbol de la izquierda que es una palma de corozos cubierta de espinas; aquí a la derecha pueden ver un anturio negro; ¿quieren comer mandarinas?; ahí les paso unas; hay guayabas; ¿comen guayabas?; pasen por esta guadua despacio para que no se rueden; agáchense para pasar debajo de este alambrado.
En la oscuridad nos tragaban las sombras de árboles enormes y nos embriagaban penetrantes fragancias del jardín. Pasamos al área en donde Amparito cultivaba yerbas aromáticas para el uso de la casa; a un lado hay un cuarto desocupado, con una puerta metálica y el cuidandero nos comentó que fue la cárcel de la casa. Pero, ¿cárcel por qué, si no fue batallón, ni inspección, ni alcaldía? Tal vez se trataba de una mentirilla en camino de convertirse en leyenda.
Desde distintos ángulos de la huerta, se divisaban ángulos iluminados de la casona y los tejados del patio central cubiertos de veraneras. En los altos corredores, matas en canastas se bamboleaban al soplo de un tenue viento.
En el patio central, separado de la huerta por una tapia como una muralla rematada en teja de barro, nos detuvimos a descansar del tour nocturno por la Casa del Deguello; no tuvimos la oportunidad de ver los fantasmas de los tres soldados que la imaginación exaltada de la gente ha visto, sentados, pensativos, en ese espacio cubierto de jardín y surcado por caminos de piedra.
Del patio regresamos al primer piso y, sería porque les habían echado agua a tantas matas puestas en tiestos y canastas o había llovido venteado y no habían secado, pero el brillo del agua, en la penumbra, trajo a la memoria la tarde en que esos mismos corredores se anegaron de sangre que chorreaba del segundo piso, derramada en una confrontación por pasiones inútiles.
UNA SAGA INCIPIENTE:
La leyenda sobre los crueles acontecimientos escenificados en la Casa del Deguello, en Salamina, durante la Guerra Civil de 1879, se ha ido ramificando con espantos o aparecidos.
Precisan que a las doce de la noche ven tres soldados sin cabezas sentados en el patio principal de dicha casa. En medio del delirio desbocado que se presenta cuando se trata de una leyenda tan espeluznante como la reseñada, otros ubican a dos soldados recorriendo, con paso marcial, el largo balcón como si estuvieran de guardia.
La leyenda se ha desviado hacia el mito. Sin fundamento histórico cuentan que, en esa batalla, le cortaron la cabeza a un sacerdote. Después de la una de la mañana, un caballo da vueltas al Parque y sobre ese caballo va el cura sin cabeza.
Cuando el señor Ramírez abrió el portón de la casa para que saliéramos miramos fijamente al parque pues la épica leyenda concluye con que, en la tarde del 22 de marzo de 1879, los triunfadores sacaron cincuenta y cinco cuerpos degollados en esa casa, para exhibirlos en la plaza de mercado de Salamina y colocaron las cabezas a un lado o sea que, hasta el final, hubo sevicia con los cadáveres de las víctimas. En el epílogo de la leyenda advierten que la sangre de esa matanza descendió en caudaloso arroyo hasta el actual Barrio Obrero.
Sentados en una banca, en la parte de arriba del círculo en que se encuentra la fuente de bronce, contemplábamos la cerrada Casa del Degüello y recordábamos lo escrito por el general Valentín Deaza cuando informó a sus superiores sobre la Batalla de Salamina: “Varios de los soldados que defendían la casa se arrojaron en grupo por el balcón con el fin de escapar a una muerte segura que los aguardaba en el interior del edificio. Tomada que fue la casa entré personalmente a ella i me horrorizó la mortandad que allí hubo”.
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
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