ANA MERCEDES HOYOS Y SUS CANASTAS DE FRUTAS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En la década de 1970, se presentó, en los círculos del arte, la bogotana Ana Mercedes Hoyos Mejía (1942-2014) que, luego, en el apogeo de su obra, reviviría aspectos básicos de la escuela Bachué, pero en un contexto diferente. Estudió, por una temporada en la Javeriana y, en otra, en Los Andes, donde conoció a Marta Traba. Visitó museos europeos y norteamericanos además de declararse admiradora de la obra de Diego Rivera.

 

A mediados de los sesenta, había pasado una temporada en Nueva York, meca del jipismo; en esa temporada se deleitó con las exposiciones en que se alternaba la publicidad con el arte pop, corriente de consumo masivo, de acuerdo con la estética de artistas como John Cage, Roy Lichtenstein y Andy Warhol, en cuyas obras aparecían muchos objetos de la vida urbana.

 

A su regreso a Bogotá, tomó el camino de la abstracción. Como dijo la misma artista, “Ana Mercedes empezaba a pensar diferente”. Se dedicó a la serie de pinturas Ventanas en las que predomina lo arquitectónico sin descartar algunos trazos en los que los espectadores escrutan objetos corrientes. De ahí pasó a las Atmósferas; con una de ellas obtuvo el Premio del XXVIII Salón Nacional de Artistas, en 1978.

 

Sus detractores comentaron que, después de esta etapa, la artista echó reversa, pero no hubo tal. Trajinó buscando una porción de la realidad nacional en que se empapara de un espíritu libre, de una nueva sabiduría. Se detuvo en el mundo afrocaribeño, en los alrededores de Cartagena, y empezó a reflexionar sobre él.

 

Ana Mercedes Hoyos trabajó en versiones muy particulares de los bodegones de Zurbarán, Caravaggio, Cezanne, Picasso y, con este ejercicio previo, entró en contacto con ese mundo matriarcal de las palanqueras que, como Zenaida, la siguen recordando.

 

La artista era excelente fotógrafa. Algunas palenqueras comentaban que Ana Mercedes Hoyos les había tomado las mejores fotos para recordar. Aparecían, de cuerpo entero o solo los pies o las manos que daban idea de sus proporciones corporales; a veces con actitudes desenfadas o con aderezos, moños, blusas de boleros, faldas largas blancas o de vivos colores, caras curtidas por el sol y los años, sonrisas triunfales y, en las cabezas, poncheras rebosantes de frutas enteras o partidas. Las poses eran de personas orgullosas de su raza. “Me decidí a explorar un mundo que no conocía”.

 

Pintó palenqueras y, además de ellas, sobre cajones, palanganas vistas desde arriba y que ocupan el centro de los amplios lienzos; a los lados se ven las piernas, las rodillas, los pies o parte de las manos que copan el espacio exterior restante. Ana Mercedes no pintó palenqueras o bodegones dentro de oscuras habitaciones como lo hicieron los clásicos europeos de naturalezas muertas.

 

La colombiana puso al servicio de la nueva etapa sus conocimientos académicos utilizándolos en las representaciones de las piñas, las ojivas de los bananos y los vitrales circulares de las sandías. “La organización de su recipiente coincidía con una investigación que adelantaba sobre el constructivismo y el cubismo en la historia del arte a través del bodegón”.

 

Matronas negras, patillas, piñas, sandías, bananos, papayas, mangos y cocos. Por el colorido, los tajos, las herramientas utilizadas (cuchillos y lazos), además de las maneras de ofrecer las frutas tropicales al público, al contemplar la obra de Hoyos se tiene la oportunidad de adentrarse en la cultura de donde proceden y la sensualidad que esas mujeres despiertan en los forasteros.

 

Penetró en la cultura de San Basilio de Palenque, un reducto invencible de esclavos que, en el siglo XVII fue dirigido por Benkos Biohó, primer apóstol de la Libertad en América y que, a pesar de los siglos, ha logrado conservar, sin cambios estrepitosos, su organización social, cocina (enyucados, alegrías, cocadas, bolas de maní), lengua, medicina, música y fiestas profanas y religiosas en honor de su patrono, San Basilio. La escultura de medio cuerpo ubicada en la plaza del palenque, en la que Benkos Biohó grita Libertad mientras desata las cadenas, es obra del caldense Guillermo Vallejo.

 

En los años finales de su vida, Ana Mercedes dedicó parte del tiempo a perpetuar, en tamaño heroico, los instrumentos de trabajo de las palenqueras o las proporciones desmesuradas de la sandía. Palanganas y frutas vaciadas en bronce, el metal de los inmortales. Muchas de esas obras engalanan colecciones colombianas, norteamericanas, europeas y suramericanas. “Ángel Kalenberg me invita a participar en la Bienal de París y luego, fui invitada al homenaje a Joaquín Torres, en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro”.

 

La artista bogotana fijó su mirada en las palenqueras, en el acto de salir con tan agobiante carga sobre sus cabezas, con destino al mercado de Bazurto, cumpliendo con un mandato en la legislación de su pueblo que las obliga a contribuir al sostenimiento de su gente. Ana Mercedes también se detuvo en los juegos comunitarios (boxeo, fútbol), en las bandas de música popular, en  las festividades religiosas como las primeras comuniones o el Corpus Christi, uno de cuyos grabados hizo parte del conjunto de esculturas, bocetos, dibujos que la artista exhibió, en febrero de 2014, en la Galería Nueveochenta de Bogotá, bajo el título de Tres-D.

 

En ese grabado, las niñas se disponen a iniciar el desfile hacia el templo. Pueden tener unos doce años. Espigadas. La artista las contempla, en la fila, desde atrás. Van vestidas con trajes cortos, de colores pálidos, con moños y lazos en peinados con trenzas. Todo un ritual sagrado para ese pueblo. La sensación es de expectativa. Un trabajo inigualable. Un asunto de querubines y serafines.

 

Al exponer por el mundo su obra, la artista bogotana difundía a la vez los valores de la población de San Basilio de Palenque no solo en Colombia sino en muchos países en donde expuso, en ciertas temporadas.  “En Nueva York, la revista Newsweek me dedicó una entrevista; People, en 1988. En 1992, la Fundación Japón me invitó a visitar ese país; en 1993 presenté una exposición en la Galería Yoshii de Nueva York sobre el tema de Palenque… En 2004, el Museo de Arte Moderno de México me invitó a una retrospectiva simultánea con la de Diego Rivera cubista”.

 

Lo anterior explica, en parte, que no se hiciera tan desconocida la localidad de San Basilio de Palenque cuando la postularon en la Unesco y la declararon Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La artista era consciente de la propuesta: “La conciencia de nuestro pasado indígena, la conquista por los españoles y la llegada de los esclavos del África afianzan mi identidad”.

 

El conjunto de obras de un artista nos debe llevar a descubrir una intencionalidad, una metodología, una secuencia, unos valores que perduran y hay que divulgar. Los grandes autores no dejan solo obras que conmueven la sensibilidad de quienes las contemplan; ante todo, dejan en ellas un talentoso aporte a la cultura de su pueblo. Se esfuerzan por poner en práctica una sabiduría muy escasa en el mundillo del arte; sabiduría que se despliega, ante quienes la contemplan, como un libro de páginas deslumbrantes e inéditas.

 

Con un soporte técnico excelente y una exquisita elegancia, buena parte de la obra de Ana Mercedes Hoyos acerca a quienes la contemplan a temas sociales e históricos, a una exaltación de esa tradición que insiste en el sentido de pertenencia de los colombianos.

 

A las seis de la mañana del viernes 5 de septiembre de 2014, escuché la noticia inesperada de su muerte. A diez años del fallecimiento de Ana Mercedes Hoyos (2024), pienso que debe estar en las playas azules de una de esas Atmósferas suyas contemplando jubilosas palanqueras que desfilan, no con naturalezas muertas, sino naturalezas vivas, jugosas y espléndidas.